Mamoru estuvo a punto de atragantarse cuando volvió la cabeza y vio a Usagi en las gradas. Por sonreír, se perdió a su mejor bateador ganando la segunda base. No podía creer que estuviera allí. Llamó a su jugador y fue a verla. La valla le llegaba justo por debajo de la barbilla.
—¿Te importa que haya venido?
—¡Demonios, no! ¿Cuánto hace que estás aquí?
—Desde el segundo tiempo. Tienes un buen equipo. Pero dime que no es tabaco eso que tienes en la boca, Mamoru.
Mamoru hizo una gran pompa de chicle, la explotó y volvió a meterse aquella masa rosácea en la boca.
—¿Estás preocupada por mi salud?
Sí, claro. Pero no iba a contribuir a que siguiera inflándose como un pavo. Levantó la mano para limpiarle un poco de chicle que se le había quedado en la comisura de los labios.
Era un gesto de esposa, casi de madre, y Mamoru deseaba a aquella madre en particular. Se había peinado el pelo en un moño y el calor del verano perlaba de transpiración sus sienes. Estaba para comérsela y Mamoru se lo hizo saber.
—¡Dios! Cómo me gustas cuando te sonrojas! —dijo sonriendo y acercándose más a ella—. Me pregunto a qué sabrás.
—¿A azúcar y especias?
—¿No te he contado que me gustan las especias? Todas, y más que nada las picantes.
Usagi se estremeció con la idea de que Mamoru. Saboreara cada milímetro de su piel. El árbitro llamó a un bateador.
—Ve jugar, muchachito —dijo ella, propinándole un empujón.
Mamoru se las arregló para besarle los nudillos antes de correr a su puesto. Usagi volvió a admirar aquel trasero. De repente, sintió que un centenar de ojos se le clavaban en la nuca.
No quería volver la cabeza y enfrentarse a las miradas de aquellos padres. La verdad era que no había tenido en cuenta de qué modo podía afectar su presencia y su más que evidente embarazo a su posición como entrenador.
Desechó aquellas ideas. Desde su divorcio, no le había hecho caso a nadie. Estaba muy orgullosa de su bebé y de sus sentimientos por Mamoru. Sonrió para sí.
Bien, tenía que admitirlo. No sabía cuándo había sucedido exactamente, pero se había enamorado como una tonta. Sin pensar en las consecuencias, había depositado su corazón en las manos de un ingeniero sonriente. Mamoru se había abierto paso en su vida con la delicadeza de un toro salvaje, pero ella no podía pasar un minuto sin pensar en él, en sus besos, en sentir el calor de sus brazos en torno a su cuerpo. Aunque no se había repetido la escena del almacén, Usagi sabía que había llegado el momento de empezar a amarlo.
Pero había un problema. ¿La amaba él? ¡Dios santo! ¿Habían avanzado en su relación debido al bebé o «a pesar» de él? Si no existiera aquel niño. ¿se sentiría tan a gusto con Mamoru? Dejó que aquellas preguntas la atormentaran durante diez minutos antes de decidir que no había nada que ella pudiera hacer. Ni siquiera estaba segura de amarlo en realidad o si sus sentimientos se debían simplemente a que era un hombre estupendo y el padre biológico de su hija. Cuando terminó el partido dejó sus dudas a un lado y fue a buscarlo.
—Te veré más tarde —dijo ella.
—¿Es que te marchas? —preguntó con el desencanto de un niño.
—Pensé que ibais a celebrarlo —dijo con un gesto hacia la docena de niños que alborotaban con la victoria.
—No celebraremos nada hasta el campeonato. Y eso sólo si trabajan de firme —dijo lo bastante alto como para llamar la atención de los chicos que le miraron como si fuera un dios—. Vamos, hoy hemos rendido el cien por cien —añadió despertando una sonrisa colectiva de satisfacción—. Me siento orgulloso de vosotros. Ahora, todo el mundo a casa.
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ALGO NUESTRO
RomanceUsagi Tsukino se negaba a compartir el hijo que tanto tiempo había esperado, con un completo desconocido, y mucho menos a casarse con aquel hombre. Cierto que Mamoru Chiba tenía algo que ver con su embarazo, cortesía de su involuntaria donación a un...