Lo comprendo, Rei. No, está bien. Ya me las arreglaré. Adiós.
Usagi colgó el teléfono público y suspiro mientras apoyaba la frente contra el metal. Trató de enfadarse con su hermana por haber anulado la cita sin avisar, pero, por lo general, los clientes de Rei acudían a ella cuando más desesperados se encontraban. Pensó en llamar a Haruka, pero recordó que era la víspera del solsticio de verano y debía estar preparando algún ritual.
Bueno, era de esperar. Las madres solteras tenían que enfrentarse solas a los acontecimientos, pero le habría gustado que no fuera su primera clase del método Lamaze.
Se hallaba frente al centro comunitario, los demás padres iban llegando. Trató de no fijarse en las quejas de otras gestantes, en los esposos o amantes cargados con montones de almohadas. Fracasó. Se sentía como un bicho raro, como cuando a los diez años, viviendo en un diminuto pueblo de Colorado, había sido la única niña a la que no invitaron a pasar la noche en casa de Neherenia Pembrook.
«Mira que estás sensible esta tarde!», se reprochó. La culpa era de las hormonas.
Se acercó a Lita, la monitora. Era una mujer enérgica que en su segunda visita a la tienda la había convencido para que asistiera a las clases. Las dos mujeres se abrazaron.
—No te arrepentirás de haber venido, Usagi. Te lo prometo.
—¡Santo cielo, Lita! Sólo tú podrías tener el valor de ponerte una camiseta como ésa.
Llevaba una sudadera verde chillón con un dibujo de una mujer de vientre desmesurado y las palabras ¡Respira! ¡Jadea! ¡Ya es tarde para la anestesia!
—Lo sé. Es maravillosamente hortera, ¿verdad?
—Escucha, Lita. Mi apoyo me ha fallado. ¿Crees que puedo hacer la primera sesión si ayuda?
Lita frunció el ceño e hizo un gesto hacia el fondo de la sala.
—Entonces, ¿quién es ése?
Usagi ni siquiera tuvo que mirar. Sintió sus ojos sobre ella de inmediato, como si tuvieran el poder de tocar. Y Parte de ella, una gran parte de ella, le dijo que saliera en aquel mismo instante por la puerta. Pero la otra necesitaba saber lo que aquel hombre comunicativo le había contado al resto de la gente. Con todo, se negaba a admitir que se alegraba de verlo o que le necesitara.
—Lleva un buen rato esperándote. ¡Y vaya que si es guapo!
Mamoru charlaba con una pareja. Usagi se preguntó si en su ropero habría algo que no fueran vaqueros viejos y camisetas ajustadas. Aun desde allí, alcanzaba a ver los ondulados músculos de su estómago.
—¿De verdad te lo parece?
—Claro que sí. Vais a tener un hijo muy hermoso.
—¿Qué?
—Claro, ¿no te das cuenta? —dijo Lita sin percatarse de que la ira se adueñaba de Usagi—. Con esos genes y esos vaqueros, no puedes equivocarte.
Alguien llamó a Lita. Mamoru se acercó con un macuto al hombro y unos cojines debajo del brazo. Usagi tenía ganas de meterle por lo menos uno en la boca.
—Ya les has contado que eres el padre!
—Hola, Usagi. Yo bien, gracias —rezongó él—. Pues claro. ¿Y por qué no? Es la verdad.
—¡Maldita sea, Mamoru! —dijo ella masajeándose con dos dedos el puente de la nariz—. ¿Te das cuenta de lo que me estás haciendo cuando vas divulgándolo por ahí?
—¿Y por qué no me lo explicas de una vez?
—Bien, para empezar, no te conozco lo suficiente como para airear esa historia. ¡Demonios! No te conozco en absoluto o me habría imaginado que te encontraría aquí. Y no estoy pensando en mi reputación. Dios sabe que es bastante cuestionable, pero piensa un momento en la niña. ¿Cómo se sentirá sabiendo que todo el vecindario conoce su historia, que fue concebida artificialmente?
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ALGO NUESTRO
RomanceUsagi Tsukino se negaba a compartir el hijo que tanto tiempo había esperado, con un completo desconocido, y mucho menos a casarse con aquel hombre. Cierto que Mamoru Chiba tenía algo que ver con su embarazo, cortesía de su involuntaria donación a un...