Hubo una vez, en una tierra muy lejana, una ciudad habitada por mulas. Las había grandes y pequeñas, gordas y flacas, viejas y jóvenes. Todas vivían en armonía y trabajaban por un fin común. Convertirse en caballos.
Resulta curioso que, aunque la ciudad había sido construida enteramente por mulas, era una oda a los equinos. En las paredes de todas las calles podían verse grandes letreros con blancos y hermosos caballos galopando por la llanura y sacudiendo su larga melena al viento. Vigorosos, enérgicos casi celestiales. Apreciando dichas imágenes y comparándola con el aspecto grueso y tosco de las mulas no es difícil imaginar porque todas ellas querían convertirse en caballos.
Sin embargo las mulas eran muy diferentes entre sí y con el tiempo habían compuesto una sociedad organizada y perfectamente subdivididas en clases.
Primero estaban las mulas pintas, trabajadoras y fuertes. Estaban acostumbradas al sufrimiento. Habían pasado muchos años cargando grandes y pesados bloques de ladrillos para ir dando forma a la ciudad. Pensaban que transcurrido un tiempo y con trabajo duro todas ellas se convertirían en un ser parecido a los equinos de aquellos espectaculares letreros. Con esta creencia iban a la ciudad todos los días. Cada noche volvían a casa sintiéndose como caballos y apaleados como mulas.
Después estaban las mulas cobrizas. No tan acostumbradas al trabajo duro, pero muy astutas. Se habían vuelto grandes comerciantes. Para el lector podrá parecer extraño pero estas mulas habían aprendido a vender accesorios para caballos, no a los susodichos equinos, si no a otras mulas. Así podrían verse por las calles mulas con grandes sillas de montar a su espalda, riendas que colgaban de sus cuellos arrastrándose en el lodo y enredándose es sus patas. Herraduras que no embonaban en sus cascos. Ciertamente incómodo para las pobres mulas. Pero eran felices, pues a sus ojos lucían como majestuosos potros.
Lo más increíble de todo es que si bien algunos de estos objetos habían sido traídos desde lugares en donde en efecto había caballos, la mayoría habían sido construidos en la misma ciudad por otras mulas.
Finalmente estaban las mulas ocres, las más ilustres de la sociedad. Porque ellas leían libros, libros sobre caballos por supuesto. Incluso podría asegurar que sabían más de caballos que los propios equinos. Algunas de ellas hasta escribían historias. Relatos sobre mulas que se transformaban en caballos, matrimonios entre caballos y mulas. Caballos que actuaban como mulas y mulas que actuaban como caballos. Pero al final del día, no escribían ni de caballos ni de mulas.
Por su puesto también había quienes pintaban caballos, esculpían caballos e inclusive componían música en honor a ellos.
Así transcurría la triste vida de las mulas que aspiraban a ser caballos. Habían creado una magnifica ciudad pero no eran capaces de verla detrás de esos enormes carteles. Y la verdad es que siento un poco de pena por ellas, porque si bien los equinos sin duda son seres magníficos y dignos de admiración. Nunca he conocido a ninguno con la fuerza de voluntad de las mulas pintas, la astucia de las mulas cobrizas o la imaginación de las mulas ocre.
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La sociedad de las mulas y otras fábulas
Short StoryBreve compendio de fábulas y otras historias cortas que exploran diversos aspectos de la sociedad.