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Existía en un bosque lejano una gran comunidad de conejos blancos. Durante años y ya varias generaciones habían vivido, bueno, como conejos. Sin mas ocupación que comer, dormir y retozar por el campo. Un buen día uno de estos conejos se acerco a un riachuelo cercano para beber un poco de agua.
Era una tarde soleada y los rayos de luz atravesaban las hojas de los árboles para impactar en el agua cristalina del arroyo. Entonces sucedió, el joven conejo pudo percatarse de su reflejo mientras bebia en aquel riachuelo. Al principio no pudo reconocerse pues en apariencia lucia como cualquier otro miembro de su familia. Inclusive pensó que alguno de sus hermanos había sido arrastrado por la corriente. Pero pronto se dio cuenta que aquel conejo en el fondo del riachuelo no era otro sino él mismo.
Corrió hacia la camada y lo que vio entonces lo aterro por completo. Todos los conejos lucían exactamente iguales. Y ahora sabia que ocurría lo mismo con él. Esto no era posible. Él siempre se creyo distinto a los demas y tenia que hacerlo notar a como fuera lugar.
Entonces el conejo se arrastro entre el lodo para oscurecer su pelaje pero aun así seguía luciendo como sus hermanos solo que mas sucio. La desesperación invadió al joven roedor y sin pensarlo demasiado busco desaserse de aquello que a sus ojos lo encasillaba como conejo. Corto sus orejas y se arranco los dientes. Pero no fue suficiente, aunque demacrado, seguía luciendo como un conejo.
Pensó entonces que el problema radicaba en sus costumbres. Si actuaba de manera distinta a sus hermanos seguro podria distinguirse de ellos. Así que dejo de retozar, de dormir y finalmente de comer. Enfermo y casi moribundo se acerco al riachuelo para observar su reflejo una vez más. Lo había logrado, su aspecto ya no era el de un conejo sino el de un cadaver errante.
Así fue como murió aquel estúpido conejo, habiendo pasado demasiado tiempo tratando de ser diferente y muy poco siendo él mismo.
