Diez

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Los telediarios y noticieros de todo el país continuaban informando que los cuerpos judiciales estaban inmersos en la tarea de buscar a los culpables del incendio en el internado y la masacre del laboratorio. Incluso en los periódicos apareció una columna que aseguraba una generosa recompensa para quien soplara una pista del paradero de estos criminales. No obstante, los que sabían dónde se mantenían ocultos estos delincuentes ni se atrevían a considerar irse de chivatas, puesto que todos eran adictos a los múltiples servicios que éstos ofrecían.

El público se sofocaba por el acrecentamiento de nuevos clientes en Olympus, el nuevo Afrodízeu era el motivo de tanto descontrol. Cada día el club se veía más petado. Los ingresos eran estratosféricos, sí, pero el trabajo tan arduo que apenas los encargados lograban caminar sin flaquear.

Apolo se desvelaba cada madrugada, enrolando porros del nuevo boom y analizando una a una las muestras de sangre extraídas de los cuerpos de sus compañeros para añadir la cantidad necesaria a cada dosis, pues, este era el ingrediente ultra secreto que le daba el toque especial a la supremacía de aquel alucinógeno. Solo los miembros de la demencia sabían con exactitud de qué estaba compuesta cada sustancia que en su establecimiento se movía.

Las ojeras de Némesis revelaban su mal humor, y por si fuese poco, cada palabra desganada que salía de su boca profesaba la muerte de cualquiera se atreviera a perturbar su inexistente paz.

Los brazos de Hefesto temblaban a cada nada, estaba exhausto, pues sus malabares eran una de las atracciones principales, mas intentaba hacer ojos ciegos al dolor de sus músculos cuando veía la cantidad de billetes que conformaba sus propinas.

Hades era el más calmado del grupo para aquel entonces. Como la abstinencia sexual estaba influyendo en su mal humor, con astucia y un singular sigilo desaparecía algunos clientes para convertirlos en cadáveres y satisfacer su filia con los maniquíes de carne y hueso. No obstante, estaba casi tan estresado como el resto.

A Afrodita se le había contagiado el desanimo de su vengadora, quien por el cansancio ni le prestaba atención, por más que la pelirroja de orbes desiguales hiciera hasta lo imposible por captarla. Estaba hastiada de ser, por su belleza, el centro de atención de todos, excepto el de su asesina favorita.

Poseidón se estaba volviendo loco con tanta presión, contar billetes y distribuir productos toda una noche sin cesar era agotador, sin mencionar que no contaba con apoyo ya que Ares últimamente se encontraba dedicándose a otras faenas. Al pobre Poseidón lo habían reemplazado por el esquizofrénico, aunque éste le aseguraba que solo se habían intercambiado las tareas.

Medusa tenía ampollas en los pies, causadas por los tacones de aguja a los que se subía en cada show.

Hera permanecía extraña la mayor parte del tiempo, casi no se le veía porque debía estar ocupada con las piernas abiertas, al igual que Ares. Los servicios sexuales de aquel dúo eran, en buena medida, una atracción de lujo.

Pese a todo el agotamiento el conjunto, Rea era la más amotinada. Cuando sus investigaciones e hipótesis sobre aquella paradoja parecían avanzar, descubría una pieza que no encajaba y debía retroceder hasta el punto de partida. La migraña la consumía últimamente.

El mismísimo Zeus estaba perdiendo el control. Todo era un éxito, sí, pero ninguna estrafalaria suma de dinero era capaz de comprar la paz que le era arrebatada esas últimas noches. Se mantenía ocupado con Rea y los estudios de su origen sin éxito, debía soportar que su esposa estuviese cansada para complacerlo después de que otros se la habían follado en posturas inimaginables, su hermosa hija era devorada cada noche por miradas morbosas y mantenía una presunta intimidad con una asesina, donde de paso se cometió incesto al integrar a Hades en una especie de trío sexual.

Aunque el líder habría sido hipócrita al enfadarse, je.

—Todo esto es una locura —exhaló Némesis, dejándose caer sobre un sillón, agotada.

—Lo peor es que los más cuerdos parecemos nosotros —opinó Afrodita, recostándose a su lado.

—¿Has visto a Ares? Tiene los nudillos escoñetados de tantos puñetazos que lanza a las paredes cuando se siente asfixiado.

—No me hables de asfixia si no has notado cómo nos mira Hades, parece que nos quiere ver muertos, y no precisamente para luego disfrutar.

—Que al menos me haga una invitación informal cuando decida hacer de esto un océano sangriento, las ganas de aniquilar se me están saliendo de las manos.

Afrodita besó su hombro y suspiró con pesadez.

Al cabo de unos cuantos minutos, Apolo bajó del desván con una bandeja de aluminio entre las manos, misma que contenía varios rollos de Afrodízeu ordenados y listos para salir al mercado.

—¿Esto es lo que los alborota tanto? —inquirió Hera, girando uno de los porros entre sus dedos.

—Rótalo —Ares se lo arrebató y lo llevó a sus labios, luego sacó un encendedor, pero Apolo le palmeó la muñeca, causando que el yesquero cayera al suelo y explotara.

—La última vez que consumiste algo creado por mí, te agarraron de prostituto —advirtió Apolo, quitándole el porro.

—¿Pero no te da un poquito de curiosidad experimentar su efecto placebo? Que las críticas de esta nena son pura maravilla, tío —insistió el esquizofrénico.

—Que no.

—Apolo tiene razón —apareció Zeus de repente—. Lo último que nos conviene es alocarnos nosotros.

Par favar —Ares bufó—. Esa cosa tiene nuestra sangre, pienso que, como mínimo, tenemos el derecho de conocer el efecto de nuestro propio cuerpo mediante el consumo de semejante afrodisíaco con tan gran demanda.

—Eso es verdad —apoyó Némesis, incorporándose.

—Ni siquiera lo pienses —Zeus señaló a su hija cuando estuvo a punto de opinar.

—Fuimos privados de probar el Nepente, incluso la mismísima Ambrosía, al menos probemos esto —Ares se cruzó de brazos.

—Ni tan privado fuiste —dijo Hefesto,  arqueando una ceja.

—¡Tú me retaste! —excusó Ares.

—Pues sí, pero no era obligatorio, taxi boy.

—¡Bueno, ya basta! —Zeus alzó la voz—. Está bien, haremos un pequeño control de calidad de los ejemplares que salieron hoy, pero será un solo rollo para todos, de manera que cada uno le dé una calada.

—¡Ya habló mi papi! —exclamó Afrodita, apresurándose a alcanzar la bandeja con los porros.

—No tan rápido, señorita —Zeus detuvo su andar al tomarla por el brazo—. Será después de la jornada de esta noche, cuando todos se hayan marchado y el espacio haya quedado impecable.

—Chantajista —acusó Hera, quien apareció peinando su blanquecina melena.

—Justo —corrigió su esposo, rascándose la creciente barba repleta de canas.

En el ambiente se formó un denso silencio que fue roto por la tangible impaciencia de Ares.

—Entonces, ¿Será después de esta noche? —inquirió, ansioso.

—Después de esta noche —afirmó el líder, sentenciando así el inminente caos próximo a desatarse por el tan aclamado impetuoso efecto placebo.

OLYMPUS: EL DESPERTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora