Tres

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Como sombras bailando en la libre y solitaria oscuridad de la madrugada, el trío de fugitivos se desplazaba por el asfalto entre risas que llenaban el soporífero silencio.

Las carcajadas de Medusa se escuchaban a media cuadra, Hera bailando tango con un vagabundo era el producto de su gracia, la mujer de mirada seductora captaba todo con la cámara del celular que Apolo acababa de robarle a un borracho que dejaron tendido en la ascera un par de kilómetros atrás.

Una caravana de ambulancias y patrullas policiales pasó por la carretera como alma que se lleva el diablo, los tres se despojaron de la diversión y portaron la seriedad apenas salieron de los arbustos a los que por inercia se habían arrojado para esconderse apenas vieron las luces rojas y azules aproximarse.

Al echarse a andar otra vez rumbo al destino fijado por Zeus, una risa ajena y no tan lejana se escuchó sobre sus pasos. Apenas Hera volteó, se encontró con aquel par de ojos negros achinados por la mueca extasiada que esbozaban los labios de su portador, sonrisa sombría que solo podía esbozar un loco diagnosticado.

—¿Ares? ¡¿Qué haces aquí?!

El susodicho chasqueó la lengua, metiendo las manos en sus bolsillos tras hacer un ademán de importancia.

—Tu marido no puede pretender crear un plan sin incluirme en la parte práctica.

—Ya debieron haber notado tu ausencia, no es que pases muy desapercibido —dijo Medusa, cruzada de brazos.

—Si nos apresuramos, me calaré el regaño en vez del cautiverio.

—Como mínimo te van a degollar —siseó Apolo, algo receloso por su aparición.

—Vamos, si existiese un posible castigo, sería sumamente insulso —Ares sonrió abiertamente—. Soy el favorito de todos, jamás harían algo en mi contra.

Hera arqueó una ceja mientras Medusa y Apolo rodaban los ojos para luego continuar caminando.

Los cuatro se detuvieron unas cuantas veces a descansar, al amanecer anduvieron con más sigilo, escondiéndose detrás de los árboles, callejones, farolas y autos aparcados para evitar llamar la atención por sus atuendos inusuales.

Con el sol del mediodía irradiando hasta el más recóndito rincón, finalmente llegaron al dichoso laboratorio. La fachada de un grisáceo edificio de dos plantas se cernía frente a ellos, un letrero horizontal rezaba "Laboratorio Schwarzenegger" en letras plateadas, bordadas por una fina pincelada blanca en las orillas.

Esta vez, fue la imprudente carcajada de Apolo que rompió el silencio. El más jóven se sostenía el abdomen mientras señalaba al frente con su mano libre.

—¿Qué mierda...?

—Za-zapatos en los cables, ¿En serio? —dijo, entonces todos comenzaron a reír en conjunto.

—Es tan malo que es bueno —murmuró Medusa, mirando el calzado colgando de los cables de un poste que se encontraba al otro lado de la carretera, justamente frente al laboratorio.

Secando las lágrimas ocasionadas por la casi incoherente gracia, Apolo agudizó la visión y observó detalladamente al par de guardias que yacían firmes como soldados en la entrada del objetivo, ambos eran menudos y tenían facciones comunes que no asustaban ni a una mosca, intuyó que distraerlos sería pan comido.

—Andando —Apolo salió del anuncio de carretera en el que se ocultaban.

—No eres tú quien comanda la embajada —Ares le empujó el hombro y luego se volvió hacia las mujeres—. Andando.

OLYMPUS: EL DESPERTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora