Siete

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El dichoso OLYMPUS abrió sus puertas esa misma noche. Entre boca y boca viaja el rumor de que, una vez dentro, hasta la persona más correcta y puritana se vuelve adicta a las atracciones y servicios.

La lideresa había confinado el sótano para la estancia de Rea mientras hallaba la manera de desenvolver la paradoja que los mantenía presos de su naturaleza. En el salón, el resto se encontraba ensimismado en sus individuales tareas para surgir y ser llamados Dioses al menos por sus destrezas nocturnas.

Némesis, vistiendo un enterizo negruzco y unas gafas oscuras, respaldaba la entrada, cuidando que no se infiltrasen policías ni que entraran armas al local. Con su porte aguerrido intimidaba a todo aquel que cruzaba la puerta.

Hades, al no poder gozar de la noche sin que sus disfrutes sean factura de una fechoría, se mantenía a un lado de la entrada para reforzar y hacer prevalecer la seguridad.

Ares, desde la barra improvisada, servía tragos y distribuía dosis medidas de aquel polvo rosa que ya había sido modificado y causaba los efectos estimados. Satisfechos de su invención y la del más joven, la clientela alababa la Ambrosía tras esnifarla, y el licor amarillento llamado Nepente servía de anestesia al corazón de aquellos que llegaban al club con mal de amor.

Apolo se dejaba llevar por las mezclas que dejaba fluir al estar a cargo de la música, sus temas tenían un amasijo de cuerpos sudorosos y colocados moviéndose en el centro de la pista al ritmo del dembow.

Hefesto exhibía su torso desnudo y sudoroso, arropado por tatuajes triviales mientras con sus ágiles manos hacía bailar en el aire antorchas encendidas, su show de sincrónicos malabares te hacía desear arder bajo la candela del peliazul que los dominaba con una destreza innata.

El telón rojo escondía el cuerpo escultural de Medusa, quien ya estaba más que preparada para su primer show nocturno. Llevaba puesto un corset de corazón que remarcaba su busto, una tanga de hilo color negro, mayas de red que apretaban sus muslos gruesos, tacones de aguja oscuros y un labial rojo mate que le añadía el toque especial: tentación.

Se abanicaba a sí misma con las manos mientras que a la vez se acomodaba el antifaz de plumas negras sobre sus ojos, el cual usaba para opacar un poco el efecto de su sexy iridiscencia.

Se humedeció los labios con la lengua al escuchar al simpático animador de la noche anunciar su presentación, estaba ansiosa por bailar frente a todos.

A pesar de que el público no pudo notarlo, su mirada se iluminó cuando alzaron el telón. Ella desfiló de manera seductora hasta el tubo  se aferró a él con una urgencia inefable, se subió a él con una destreza atrayente, sus dedos casi rozaron el techo antes de bajar en circunferencias casi profesionales.

Los silbidos y aplausos abundaban tanto como los billetes en el aire. Medusa era la favorita de la noche, más por su pasión férrea a sus coreografías sensuales que por cualquier otra cosa.

Su movimiento de caderas cautivaba, era suave y delicado, tal y como el andar de una serpiente. Medusa no escondía su mirada para proteger su identidad, no; ella lo hacía era para evitar hipnotizar a sus admiradores con esos orbes que chispeaban lujuria.

La stripper estrella se agachó y su lengua ascendió por el tubo junto a su cuerpo, se tocó los senos con tanta pasión que incluso tendía a parecer narcicista. La verdad era que a ella le excitaba su propio cuerpo, pero no tanto como le encantaba compartir su peculiar fetiche ante los hombres, amaba tener todas esas miradas sobre cada milímetro de su piel, a ella le fascinaba que la desearan y no pudieran tenerla.

Medusa, podía envenenar tu autocontrol con unas simples palabras.

Medusa, su mirada podía conventir en piedra tu moral, haciéndote caer en su hipnosis lasciva.

OLYMPUS: EL DESPERTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora