Hugo nos enseñó muchas cosas ese día, la que mas nos marcó a Emma y a mi fue la manera sencilla de ver su tragedia. Yo veía a un niño sin padre y con una madre sin hogar. Hugo decía que estaba feliz porque su padre estaba en el cielo y ya no sufriría por el cáncer, no sentiría dolor, tampoco lloraría. Su mamá ya no vendería dulces en los semáforos y, por ende, no recibiría insultos por su rostro quemado de algunos señores.
Se sentía dichoso de tener una cama donde dormir hasta que sol saliera. Antes de llegar al centro había que levantarse temprano pues debían entregar la pieza, algunas veces pernotaban en alguna banca.
Hugo era feliz por encima de toda aquella desgracia. Tanto Emma como yo, entendimos los motivos por los cuales mi hermano quiso presentarle al pequeño. Me sentí mal por recibir agradecimientos con méritos que eran de Marck, pero Emma entendía que fue su idea y no la mía.
Los días siguieron arropándonos la rutina, Emma estaba de nuevo al frente de su cargo. Era la parte diplomática de la empresa, la imagen de esta ante el mundo. Gregory era el CEO y lo mas cercano al dueño de la multinacional, pero mi chica la parte representativa de Ind. Frederick a nivel mundial.
—¿No vas a desayunar? —pregunta mamá observándome bajar por escaleras e ir directo a la salida.
—No tengo tiempo. —me excuso.
—Si durmieras en casa te quedaría de sobra —hay reproche en su voz, que decido ignorar.
Regreso sobre mis pies la alzo en brazos dando un giro con ella y besándole en el proceso. Lanza varias maldiciones en su idioma natal mientras golpea mis hombros. Aun asi, sonríe el ser dejada en el suelo y cuando le doy varios besos en la mejilla.
—Es solo trabajo mamá, puedes estar tranquila.
—Mas te vale —advierte con las manos en jarras. —espero no estes pretendiendo de nuevo a esa descarada.
Niego fingiendo escalofríos, no hay manera que eso suceda. Alzo las manos como despedida y tropiezo con dos figuras que salen al paso. Vincent y Christine traen prisa, algo que no es del todo extraño.
—¿Nos llevas?
—El auto se averió.
No es una pregunta, pues ambos se lanzan a la parte trasera de mi vehículo no sin antes despedirse de mi madre que nos ve partir en la entrada. El par de locos se gastan bromas en la parte trasera golpeándose unos con otros.
—La madurez no es muy de ustedes —les digo maniobrando el vehículo en la congestionada vía.
—Somos maduros —se queja Vincent, en teoría mayor, aunque sea solo por unos minutos de diferencia—te lo aseguramos.
Niego incrédulo y ambos sonríen abrazándose entre sí. Siendo un niño y una niña, todos creyeron que al crecer la camaradería acabaría. Nada más lejos de la realidad, Vincent podía jugar con muñecas y al te sin problemas, tanto como Christine de futbol o beisbol. Asi han llegado hasta el día de hoy, siendo un muro humano de secretos al que nadie ha logrado acceder.
—¿A dónde los dejo? —les pregunto.
—Trabajaremos contigo. —responden en coro y los veo espantado. —necesitas de nosotros.
Eso debe tomarse como una amenaza y la recibo como tal. Ambos sonríen encogiéndose de hombros y siguiendo con su platica de golpes como si yo no estuviera. Los veo por el retrovisor susurrándose entre sí y sonriendo.
—¿Debo preocuparme?
—¿Por qué? —responden y resoplo. —estamos de tu lado hermano.
—Es lo que me preocupa.
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El Demonio que habita en ti
RomanceII Saga Frederick Con la firma del divorcio Emma y Alexis dan por terminada un año de matrimonio y más de dos décadas de amistad. Años después, Alexis regresa a la ciudad trayendo consigo una prometida. Es un hombre más maduro, seguro de sí y está...