Ascedio

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La nube de polvo era inmersiva.
Uno de los payasos conocido como Big P por su abundante bello corporal intentaba mantenerse cuerdo en su situación.
Sostenía su ametralladora con recelo, temblando un poco cada vez que giraba al escuchar un ruido. Con la visión nublada por la máscara de juguete que era obligado a utilizar, temía ser sorprendido por una bala perdida o atacado sin que este pudiera hacer algo, dejado a merced de enfermos y de la furia de su jefe en caso de fallar.
En el interior de la nube se escuchaban balazos, el choque constante de un objeto de metal, alaridos y quejidos, de vez en cuando un grito y diversos objetos pesados cayendo al suelo.
Entre la parálisis al mantener su dedo cerca del gatillo y los ruidos que cada vez se hacían más constantes y cercanos, el hombre susurraba sus mayores anhelos en caso de salir con vida de esa situación.
La nube de humo no se disipaba en absoluto; uno de sus compañeros incluso pegó un grito cerca de él, exclamando piedad.
Big P rezaba en su interior a pesar de no haberlo hecho desde hacia más de diez años. Recordaba como su mamá le enseñó cada oración para que el cura de la iglesia de su pueblo no lo regañase, creía que si un sacerdote se enojaba con él era lo mismo a tener la furia de dios sobre si toda la vida.
Big P, cuyo verdadero nombre era Bob, pedía entre susurros cambiantes a berridos la piedad del señor mismo, sus plegarias parecían ser menos atendidas cada vez, pues frente a él apareció una chica rubia con un bastón entre sus manos mirándolo con extrañeza.
La chica se percató de sus plegarias y lo único que hizo fue tapar su boca con la capa a sus espaldas y perderse entre la nube haciendo movimientos con sus dedos.
Bob pudo ver la luz de la esperanza en sus exigencias cuando se presentó a su izquierda una salida, la entrada al cielo convertida en un callejón sucio donde podría tirar el arma y la máscara para regresar a casa sin la intención de volver.
Las piernas de Big P se entumecieron por momentos, las balas se escucharon cada vez más cerca suyo, pues sus compañeros eran empujados y avanzaban lejos de la nube.
Fue en su escape que Bob comenzó a llorar, imaginando a la chica de hace unos momentos como un ángel que lo guio hacia una salida absoluta del mundo criminal, la entrada a una segunda oportunidad disfrazada de un rincón lleno de charcos de orina y basura podrida.
Apenas comenzó a correr fue alcanzado por el impacto de la escopeta de Harley, quien lo único que vio fue a un payaso correr armado lejos de la nube como el resto.

Los payasos de Harley no tuvieron piedad contra sus rivales.
Al menos la mitad había desertado del ejercito durante su juventud y se habían enfrascado en trabajos de ese calibre: la otra mitad sabían manejar armas, pero no eran tan diestros en el asunto, por lo que cubrían las espaldas del resto.
Harley Quinn no era conocida por piadosa, todo lo contrario. Algunos le temían un poco más que al payaso, pues tenia una extraña fijación por atacar en puntos específicos del cuerpo humano donde el dolor fuera insoportable, su punto favorito eran las cejas.
Red Hood y Robin se encargaban de noquear a cada payaso, dejando fuera de combate a cualquiera que se atravesara en su camino; al estar todos armados les resultaba muy difícil mantenerse sobre los demás, pues tanto los payasos de Harley como los de Joker eran implacables y un dolor de cabeza cada que se acumulaban.
Mientras la nube de polvo terminaba de dispersarse, las dos aves se vieron rodeadas por ambos bandos de payasos, acorralados frente a un taxi.
Al disiparse la ola, todos se miraron fijamente apenas todo era más visible. 
Cada uno se mantuvo en silencio, sosteniendo sus armas con firmeza, uno incluso se detuvo a media recarga.
Robin sostenía la playera a un payaso de Harley al cual había estado golpeando, mientras que Red Hood se mantuvo estático con la palanca en el aire a punto de rematar a uno de los payasos de Joker.
–No hagas movimientos bruscos... – Susurró Jason mientras intentaba bajar la palanca.
–Bien... – Respondió Robin a la par que mantenía su mirada fija en cada uno de los objetivos ideando como escapar.
En un movimiento aleatorio producto de la ansiedad de la situación, Robin le dio un puñetazo en cara al payaso tan fuerte que terminó por dejarle inconsciente.
Los payasos comenzaron a disparar, Robin y Red Hood dieron un giro en el aire y se cubrieron detrás del taxi al mismo tiempo que los payasos comenzaban a acercarse sin dejar de disparar, ambos bandos en conjunto, con Harley atacando a los conductores de las camionetas al otro lado de la calle.
Las múltiples balas en conjunto destrozaban el auto, una que otra logró golpear la carcasa de las armaduras del dúo, pero al final se sentía más cerca el impacto de una bala en una zona al descubierto.
Jason cubrió a Stephanie, posando su brazo sobre ella al mismo tiempo que le disparaba a los payasos que llegaban a cada extremo del taxi para acribillarlos.

Red Hood: Kill The Clown!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora