Calibre

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Jason Todd observa su reflejo en esa cascara carmesí que es su casco.
Una fosa sin alma, retenida entre la oscuridad como un símbolo de desesperanza mal visto por los criminales y policías de la ciudad.
Solo en Gotham conocen su verdadero significado, el de un culto plagado de fanáticos que buscaban encaminar a la ciudad en un horror criminal absoluto.
Es el reflejo de la capucha roja, apodado mejor como Red Hood, el bandido del crimen, un forajido, andante bajo las luces neón de su podrido hogar, mostrando que cada paso que da es un augurio de mal imprevisto, un destello del mas rotundo puño de justicia en el que lo envolvió su mentor.
Por las calles se respira la delincuencia, una pandilla que asalta el minisúper de la señora Harper,
una amable anciana que alguna vez le dio un pedazo de pan a un joven indefenso.
Hay dos policías afuera del lugar, ignoran el llamado de la anciana y fingen hacer algo para detenerlos. Esa clase de escoria no responde ante advertencias.
Incrédulos, los maleantes escapan por el subterráneo, uno de ellos es alcanzado por una bala antes de subir al metro en su ultima ronda.
Todos se detienen, asustados sin mover un solo musculo mientras la vida de su amigo termina momentos después.
Una figura encapuchada se hace frente a ellos, con la luz del exterior iluminando su silueta.
Ahora ellos ven su propio reflejo en esa cascara rojiza sin ninguna puerta a su alma.
Red Hood, sostiene un arma en cada mano, cada una cargada y sin seguro.
El mas valiente de los maleantes desenfunda su arma rápidamente, disparándole dos veces en el pecho al encapuchado, apenas empujándolo unos centímetros. Este vuelve a pararse recto, guarda sus armas y se quita la capucha, revelando su casco rojo en todo su esplendor.
Este avanza lentamente hacia el grupo de nueve y recibe el golpe de uno de ellos deteniendo el ultimo sin problemas: Red Hood le quiebra el brazo y de un puñetazo le rompe la nariz.
El valiente sigue disparando sin atinarle a nada mas que a sus amigos.
De los puños de Jason aparecen chispas, con ellas aplaca una sentada de golpes en cada uno, todos mortales, ninguno piadoso.
Solo la muerte puede beneficiar a escoria como ellos. Red Hood había vigilado a esa parvada de delincuentes alrededor de un mes. Habían reportado robos y disturbios, actitudes que el propio forajido perpetuó alguna vez: pero se volvió diferente muy rápido.
La muerte de un niño, orquestada por el miserable que perdió la vida apenas entró Red Hood; se trataba del hermano menor de Nancy Kennedy, una joven de secundaria que se enredó con ese maleante y se desquitó con el niño apenas tuvo la oportunidad. Los demás le ayudaron a esconder el cadáver y silenciar a Nancy quemando su mochila y bicicleta.


Jason agradeció al dios sordo que nunca contesta sus rezos por que no le hicieron daño a la señora Harper ni a Nancy, de ser así habrían sido los gastos funerarios y de daños a la propiedad.
Jason sale con la bolsa, haciendo un nudo en su puño: al regresarle lo robado a la señora Harper, ella agradeció diciendo que podía tomar algo de cortesía.
– No será necesario, su tienda está protegida por mí, va por la casa – Dijo antes de salir.
– Casi no te reconozco, la ultima vez que te vi tenias el cabello pelirrojo, pero ese rizo blanco te queda bien, te hace ver mayor – Jason tomó una barra de granola, agradeció y se fue del lugar sin mirar fijamente a la anciana.
A veces Jason envidiaba la memoria de las personas mayores, reconocían hasta las caras más mendigas. Quizá era el desespero en los ojos del chico o la generosidad que aun existía en el mundo, esa cualidad le parecía tan envidiable por el hecho de que batallaría toda la noche para conciliar el sueño y borrar de su mente el sonido de los huesos de cada infeliz con el que acabó esa noche.

Una joven con cabello plateado rondaba por el metro, observando la inmensidad de la ciudad, cuestionándose todos los comentarios negativos sobre la misma: sus dudas se aclararon cuando notó que alguien estaba asaltando el vagón de atrás.
Rose mantenía la guardia baja, no hacia contacto visual con nadie, preferiblemente para no recibir preguntas, era su primera vez en Gotham y la razón de que estuviera ahí se resumía a una necesidad monetaria inmensa, tanto como para dejar Metropolis y su decente departamento para sumergirse en la cloaca vecina.
Al bajar del vagón caminó con la vista al frente, haciendo un llamado al interés de la gente, algunas risas por parte de los niños y adolescentes, comentarios flagélales de las personas mayores que ella se limitaba a ignorar, entre el tugurio de personas cansadas y mojadas por la lluvia las palabras y la atención por la apariencia de Rose había algunos que simplemente decidían ignorarla, el parche en su ojo derecho no iría a ningún lado solo por hablar de él.
Rose llegó a un club en los baldíos de la ciudad, un centro luminoso con el neón de sus siglas en el exterior, el Iceberg Louge.
Al ingresar Rose fue acogida por un guardia de la entrada que la guio hasta una sala común con un montón de personas bien arregladas, siendo ella la única que vestía con una chaqueta de cuero y una playera blanca con un estampado de conejito en el centro.
La mayoría en el sitio eran hombres, algunos prestaron atención a Rose, pero se trataba de una atención diferente a la de las personas de fuera. Se trataba de una atención colosal, sentía como los hombres analizaban sus movimientos con discreción, su estirpe y la mochila que cargaba. Otro sentimiento que pudo notar en las personas que notaron su presencia fue el pánico, como si Rose fuera la trompeta que presagiaba algo terrible, a su campo visual se sumó una mujer de vestido rojo y cabello negro que sostenía una copa vacía.
Tras estar dos minutos esperando se presentó ante ellos la figura más poderosa del crimen organizado en Gotham, Oswald Cobblepot, un hombre de no más de 1,30 con calvicie pronunciada, un cigarrillo en su boca y las ropas más acolchonadas que Rose haya visto.
– Bienvenidos, como sabrán se ha presentado un premio gordo, un tesoro de cantidades inmensas que sacará a más de uno de la miseria. Estoy dispuesto a dejar que cualquiera que sobreviva a esta cacería sea merecedor del premio, lo único que pido es la cabeza pálida y deforme de ese payaso maldito en mi escritorio. Por ahora disfruten, mi fe está en cada uno de ustedes, si no fuera honesto me habría desecho de la competencia hace mucho – Habló Oswald con ese acento lugareño marcado, su voz era como el chirrido de un taladro, molesto pero fuerte.
El se acercó a uno de los invitados, un hombre de piel morena con un bigote que le recordaba a Rose a Salvador Dalí, Oswald se mostró amigable con el hombre y este en su generosidad salió del sitio junto con el hombre del sombrero de copa.

Red Hood: Kill The Clown!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora