VIII

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Los delgados dedos de Cecilia se deslizaban por la suavidad envolvente de las prendas. El primer vestido que hizo, recuerda, no se parecía en nada a los que ahora tenía frente a ella. En él utilizó una tela de calidad muy deplorable, muy diferente al tipo de telas que solía ver en casa de vez en cuando. Recordaba con añoranza aquellos años, los días que su padre llegaba y le mostraba los libritos llenos de muestras de telas que se sentían muy suaves al tacto.

Le encantaba su padre y la pasión con la que manejaba su compañía de textiles. Por eso, cuando su empresa quebró, la miseria en su rostro fue increíblemente notoria. Nunca le explicó las razones exactas de su ruina, se limitaba a decirle que se equivocó al confiar en cierta persona. Así que cuando su padre se suicidó teniendo ella veinte años culpó a esa "cierta persona" de la que no sabía ni su nombre. Ahora, diez años después, le gustaría hablar con su padre para mostrarle que pudo arreglárselas sola.

El tintineo de la campanilla del establecimiento la sacó de sus cavilaciones. Miró para comprobar por tercera vez consecutiva que no se trataba de Marcela. Llevaba media hora de retraso. No le extrañaba, el tráfico a esa hora era terrible y como era nueva en el país seguramente nadie le advirtió de las dificultades para transportarse. Rió para sus adentros, tal vez llegaría hecha una furia y verla molesta le divertía.

— ¿En serio no quiere una taza de café? — le dijo la gerente, quien había permanecido a su lado esperando todo ese tiempo.

— No creo que se demore más. No se preocupe, Leticia.

En ese momento la campanilla sonó por cuarta vez. Se trataba de Marcela, quien se dirigió apurada hacia ella en cuanto la vio. No sólo estaba molesta, sino agitada y Cecilia se esforzó en contener una sonrisa maliciosa.

— ¡Es terrible la cantidad de carros que hay en esta ciudad!

— Llevas varios días viviendo aquí, ya deberías conocer las dificultades para transportarse.

No quería darle explicaciones, sobre todo porque sabía que si se las daba encontraría la manera de usarlo en su contra. Era verdad que ya tenía un tiempo viviendo en México, pero no había estado en ningún otro lugar más que en el hotel en el que se hospedaba y en la empresa. Si le decía eso entonces se daría cuenta de lo patética que era su vida ahora.

— En fin, comencemos con el recorrido. Leticia es la gerente de este punto, ella te dará todas las explicaciones necesarias —dijo con su clásico tono de voz monótono.

Recorrieron con detenimiento cada rincón. Observaba con atención y se dio cuenta de que podría sugerir mejoras: la tienda no estaba armonizada en sus colores, la ubicación de las prendas no era práctica y la colocación de los maniquíes no cumplía con una buena estrategia.

— ¿Qué piensas? — preguntó Cecilia al terminar el recorrido.

Pensaba que tenían mucha suerte de haberla contratado, la estrategia del establecimiento estaba muy mal planeada e intuía que era obra de su interlocutora. Sabía que nunca fue buena para el diseño de interiores y una idea malintencionada se le cruzó por la cabeza.

— Es obvio que la persona que organizó el acomodo de este lugar no tenía ni la menor idea de lo que hacía — dijo tajante. La gerente lanzó una mirada nerviosa a Cecilia y ésta alzó una ceja. Efectivamente era obra de la presidente, le dedicó una sonrisa juguetona—, pero yo no me preocuparía tanto, puedo arreglarlo. Es cuestión de reubicar ciertas secciones, además me parece necesario que cambiemos los colores del interior, darle más armonía para que combine con las prendas. Fuera de eso, me parece que es un primer punto de venta excelente, noté que está cerca de una calle que parece ser importante así que...

Yo soy Marcela Valencia, la nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora