XVI

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La familiaridad de la sensación volvía a comprimir su cuerpo. La conocía a la perfección, apenas hacía unas cuantas semanas tuvo que identificarla de nuevo; ahora estaba segura de la imposibilidad de liberarse de ella. Su cuerpo se convertía en un glaciar y un abismo parecido al ojo de un volcán muerto se instalaba en su pecho. Todo le parecía más lento.

Desconocía si alguien sentía lo mismo cada que pisaba un aeropuerto. Quizá ella era la única trastornada que temía una edificación banal como esa. Le parecía increíble que después de tanto tiempo siguiera temiendole a los aeropuertos. Cada que iba acompañada trataba de ocultarlo lo mejor posible, pero la rigidez espeluznante de su cuerpo la delataba. Gerardo y Anita ya estaban acostumbrados, por eso no era gran problema cuando viajaba con ellos, solían cuidarla y hacían que las horas que pasaba en ese tipo de espacios no fueran tan tortuosas. El pánico comenzaba cuando viajaba sola o con alguien diferente a ellos. Y la diferencia, ahora, era Marcela. ¿Se daba cuenta de lo nerviosa que estaba? Tal vez no, porque parecía estar absorta en algún otro tema dentro de su mente.

Caminaban en silencio hacia el avión. Cecilia estaba aterrada, sentía el vértigo del abandono escalando por sus piernas hasta instalarse en su garganta. Quería llegar lo más rápido posible al aeropuerto de Guadalajara y salir disparada al hotel, a cualquier lugar que no fuera ese. Marcela, por su parte, repetía una y otra vez las palabras que Patricia le dijo en su última charla antes del viaje: "tú sabes que las mujeres también padecemos necesidades, Marce".

*

— Es mejor que descansemos por ahora. Son las dos de la tarde, a las 7 tengo la invitación a cenar con el proveedor del que te hablamos. Iré por mera cortesía. Espero que no te moleste que no te lleve, pero me gustaría evitar el mayor tiempo posible que descubran que estás trabajando con Amapola. Tu habitación es la 206... Marcela, ¿me estás escuchando?

— Disculpame, Cecilia. ¿Qué decías?

— Estás haciendo la cara —sonrió mostrando los dientes—. La que haces cuando estás obsesionada con un solo pensamiento. Hacía mucho que no la veía — aclaró ante su confusión—. He dicho que tu habitación es la 206. Ven, necesitas descansar.

Se encaminó al elevador del hotel indicando que la siguiera. Marcela se quedó un momento parada antes de dar el primer paso, como embobada por la sonrisa dentada de la Presidente. Tal vez era el vuelo, o el clima cálido de la ciudad en la que estaban, pero venía arrastrando una sensación febril hace un par de días. Incluso se sentía más ansiosa, temía que las palabras de Patricia estuvieran haciendo demasiado eco en su subconsciente: "yo lo entiendo, Marce. Si hace décadas que nadie te toca, mijita". Sacudió la cabeza y se dirigió al elevador, tenía que concentrarse en el trabajo. Estarían seis días fuera de Ciudad de México. Admitía que el viaje a la playa le entusiasmaba más que este, alguna vez escuchó que tan solo respirando la brisa marina los nervios se tranquilizaban y cualquier preocupación pasaba a segundo plano.

Llegaron al piso que les correspondía. Cecilia le entregó la llave de su habitación y antes de entrar la detuvo.

— Marcela, ambas sabemos lo importante que eres para el mundo de la moda— dijo—. Con esto quiero decir que en este viaje habrá más de alguna persona que te reconozca, sobre todo en el cóctel. Me gustaría pedirte discreción si te preguntan por qué estás acá, sé que puedes inventar una buena excusa. Será inevitable que nos vean juntas, pero ya nos las ingeniaremos.

— Yo entiendo, cuenta con eso.

— Te lo agradezco. Puede que pienses que estamos exagerando, pero es porque aún no conoces a Alicia... y si te soy honesta espero nunca tengas el disgusto, aunque es poco probable —se sobó ambas sienes y dio un gran suspiro mirando hacia el techo—. Disculpame, estoy muy cansada y supongo que tú también. Me parece que el restaurante abre a las 6, podrás bajar entonces.

Yo soy Marcela Valencia, la nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora