III

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Subieron al segundo piso en completo silencio. Él iba delante, con cada escalón que avanzaban su espalda le parecía más grande, ancha; como la de un hombre que camina por un mundo que le pertenece. En cambio, ella se sentía minúscula y cansada, se vio a sí misma reducirse a cenizas con cada paso que daba. La ponía furiosa sentirse de esa manera, no quería mostrar debilidad ante nadie, ni siquiera ante ese hombre que probablemente la conocía de sobra.

Se preguntó qué tanto le habría contado Cecilia, cuál era su rostro mientras decía su nombre en privado: "Marcela Valencia me destruyó la vida", se la imaginaba diciendo entre lágrimas que ardían de rabia. 

Llegaron al segundo piso de la empresa, que parecía ser el último y donde se encontraban todas las oficinas, a simple vista logró identificar tres cuartos cerrados y tres escritorios que parecían ser el lugar de trabajo de las secretarias, dos estaban vacíos. Gerardo no le explicó nada sobre la función de cada una de las oficinas, siguió caminando con toda su seguridad, guiandola hasta el cuarto más próximo de los tres; mientras abría la puerta, se dio cuenta que, junto a la oficina del vicepresidente financiero, se encontraba, como si estuviera escondido, otro cuarto cerrado. Era el que tenía la puerta más grande, por lo que imaginó que se trataba de la oficina de presidencia.

Gerardo la invitó a pasar y cerró la puerta. El lugar era amplio. Le indicó que se sentara mientras servía dos vasos con agua, le entregó uno y tomó asiento. No podía saber con certeza los motivos que tenía el vicepresidente financiero para hablar con ella, por un segundo imaginó que le recriminaría el descaro que tenía por presentarse en Amapola, pero sus ojos amables le indicaban lo contrario. El silencio del cuarto, más que incómodo, le parecía tranquilizador. Sus hombros le parecieron ligeros por primera vez en días. Ninguno de los dos decía nada, Gerardo no daba señales de estarla retando con su silencio, tal vez le estaba dando tiempo para asimilar todo lo que pasaba y el lugar en donde se encontraba.

Pudo observar que, detrás de él, había una serie de fotografías enmarcadas. En una de ellas, distinguió dos siluetas retratadas junto con la fachada del edificio al que acababa de entrar; adivinó que se trataba de él y de Cecilia, pero la distancia no le permitía ver los rostros con claridad. La voz de Gerardo interrumpió su contemplación:

— Ahora que estamos aquí —dijo con calma— creo que es necesario dejar de lado las formalidades, ¿no te parece?

No respondió, se limitó a alzar una ceja, casi molesta por el tono tan intrusivo que le pareció percibir de Gerardo. De pronto se sintió a la defensiva, una vez más el dolor que pensó haber dejado en Colombia le envolvió el cuerpo, tuvo ganas de levantarse e irse para nunca volver a Amapola, pero sus opciones no eran muchas.

— Creo que ya has adivinado que estoy bien enterado de quién eres— la voz de Gerardo no era acusativa, pero Marcela sentía que le apuntaban con el dedo—. Te confieso que me alegra haber sido quien te recibió, desde que Cecilia me contó todo tuve la sensación de que algún día aparecerías; no sé exactamente para qué, pero esa idea nunca abandonó mi cabeza.

Gerardo hablaba con una sonrisa imperturbable. Supo que en él habitaba una especie de alegría por verla sentada frente suyo, pero ella no podía sacudirse la inseguridad que le apresaba el cuerpo. Sintió su orgullo rebajado ante las afirmaciones de ese hombre. "Sabía que regresarías arrastrándote", imaginó que pensaba mientras le daba su pequeño discurso.

— Puede que tus razones para venir a Amapola no sean las que imagino, pero...

— Dejé Ecomoda— lo interrumpió, tajante—. Dejé Ecomoda y vine para acá con ambiciones laborales, nada más... Mire, yo no sé qué le haya contado Cecilia, y tampoco sé qué cuento se haya inventado sobre esta aparición, pero le aseguro que sus fantasías no son más que eso: fantasías.

Yo soy Marcela Valencia, la nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora