XV

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— Como puedes ver, es un espacio bastante amplio. Tal vez no tanto como el que tenías en Bogotá, pero con el ínfimo sueldo que seguro debe pagarte la señorita Cecilia es lo que pude conseguir.

— Basta —dijo con severidad a su hermano.

Daniel la miró con ligera sospecha.

— Marcela, sigo sin entender por qué terminaste en su empresa habiendo tantas otras con más prestigio y plan de acción. Sabes perfectamente que cualquiera involucrado con la moda del continente Americano rogaría por que colaboraras con ellos... y aún así, decides venir a una empresa casi invisible, cuyas colecciones no han alcanzado impacto internacional contundente.

Observó fijamente el departamento vacío, la representación determinante de su decisión: quedarse. Una nueva vida. Ignoró el comentario de Daniel a propósito, no quería responder ese tipo de cuestionamientos, aún no. Tenía miedo de pensar en eso porque no estaba lista, porque ni siquiera ella estaba segura de por qué la había buscado precisamente a ella. Daniel no insistió, dejó que el silencio los envolviera a los dos, contempló un largo rato a su hermana, que seguía recorriendo el departamento con la mirada, trataba de hacerse a la idea de que ahora estaban más lejos que nunca. Aquel espacio en el que estaban no era la nueva vivienda de su hermana, era la renuncia permanente a Bogotá y a todo lo que implicaba.

Poco a poco aquel vacío tan vistoso se iría llenando de toda clase de cosas: muebles, arte, recuerdos. Lo maravilloso del vacío resalta en sus posibilidades de ser ocupado.

*

— Podrían enterrarme envuelta en esta tela y sería la muerta más feliz del planeta.

— Entonces ¿das tu aprobación?

Anita había dejado de escuchar. Frotaba la tela en su mejilla con insistencia, después por sus brazos descubiertos para luego portarla como una gran capa que la cubría toda.

— ¡Marce, tienes que sentir esto! — tomó a Marcela del brazo y la atrajo hacia sí.

La tela era de una calidad tremenda. Comprendía la emoción de Anita, quien se negaba a soltarla para seguir sintiéndola; verla tan contenta hacía que se contagiara del ambiente tan ameno que habitaba en el almacén. Miró a Cecilia de reojo, tenía los ojos clavados en Anita y sonreía con ternura; decidió grabar el cuadro en su memoria. Notó que Cecilia se negaba a tocar la tela. En el rato que llevaban en el almacén, tanto Gerardo como Anita habían pasado sus dedos por el rollo múltiples veces, pero parecía haber un rechazo consciente por parte de la Presidente al tacto. No quería mencionarlo, no ahora que todos estaban entusiasmados, tal vez se lo preguntaría después, una vez que recuperara su confianza.

— ¿Será suficiente para el vestido, Anita?

— Lo será. Tienes ojo santo, Cecilia. Mercedes quedará encantada.

— ¿Mercedes? —preguntó Marcela haciendo un esfuerzo por no sonar tan inquisidora.

— Mercedes Correa —respondió Anita sin pensar, aún examinando la tela—. Una amiga muy querida de Cecilia. Dio el show de cierre en nuestra colección pasada, así que tu querida jefa le prometió un vestido exclusivo de Ana Carré en agradecimiento —por fin soltó el material y caminó hacia la Presidente— porque le encanta hacerme partícipe de sus encantos y ofrendas — la tomó de ambos brazos y le dio un apretón acusador.

— Tonta, si aceptaste encantada —respondió Cecilia—. Mercedes es una de nuestras invitadas exclusivas para la próxima colección conjunta —dijo dirigiéndose a Marcela y soltándose del abrazo de Anita—. Es un regalo de agradecimiento, por supuesto, pero también queremos promocionar nuestros diseños vistiéndola.

Yo soy Marcela Valencia, la nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora