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Las sábanas blancas. La cama cubierta de blanco, como un vestido de novia, perfectamente extendida, con una tira de tela roja que adorna su pulcritud. Las mucamas que hacían un excelente trabajo con las sábanas que le recordaban su tristeza.

—¡Marce!

La voz de Patricia que le parecía lejana. La voz chillona que no se le despegaba, que le recordaba todo de lo que huía. Patricia que no ha dejado de repetir su nombre desde que bajaron del avión.

—¡Marce! ¡Mira que me muero de hambre y tú continúas con esa cara de tormento que me asusta, Marce!

Los ojos fríos de Marcela hacen que Patricia calle por primera vez en horas. La observa con detenimiento, preguntándose qué sentido tiene arrastrar con alguien que le recordaba tanto a Armando. Le tiemblan las manos. Como un puñal, el rostro de aquel hombre se incrusta en su pecho; le hiela la sangre y ahí, parada en una habitación de hotel, en un país que no conoce, y en el que no sabe qué buscar, siente el peso asfixiante de su soledad.

El toqueteo de Patricia sobre su hombro hace que el temblor de sus manos se detenga. "Tengo que seguir", piensa "no hay espacio para arrepentimientos".

—¡Patricia, por Dios! ¡Baja al restaurante y come lo que encuentres pero a mí déjame en paz!

—'Key, Marce—respondió, claramente ofendida—. Pero yo no tengo la culpa de que Armando hubiera preferido al garfio ese...

Salió corriendo de la habitación y trás ella no quedó más que el ruido apabullante de un portazo. Marcela, por fin sola en la habitación, se sentó en la cama. Acarició la blancura de las sábanas mientras el escozor de siempre aparecía en sus ojos. El blanco cuya luminosidad le lastimaba la vista, que se burlaba de ella. Después estaba la tira roja que le erizaba los vellos del cuerpo. Un rojo intenso, mezclado con el blanco. El blanco-novia y el rojo-amapola.

En su cabeza rondaba un solo número, una calle que sonaba a cualquier otra calle con nombre de señor importante: la dirección del reencuentro que nunca imaginó tener. Sentía la resignación sobre los hombros. No podía vivir solamente con el cheque que le llegaba de Ecomoda, su dignidad no se lo permitiría, además, tenía un gran problema que, en ese instante, devoraba cada alimento del restaurante del hotel.

Cuando estaba dispuesta a acostarse se detuvo. Se levantó, dio unos pasos hacia a atrás y, con el rostro de aquel hombre clavado en su pecho, arrancó la tela rojo amapola de la cama y con ella se recostó en el sillón de la habitación.

Mañana. Mañana la dirección que no abandonaba su cabeza estaría frente a sus ojos. El miedo la invadía. Ella seguramente estaría allí. La vería y en sus ojos reconocería el resentimiento, el abandono, la tortura de palabras que se volvieron huecas. Mañana, seguramente, sus memorias enterradas se volverían palpables.

***

Hola.

¡Feliz año nuevo! A veces no sé qué escribir en este fanfic, y eso que sólo llevo el prólogo. Pensé que lo abandonaría como usualmente hago, pero por casualidad me metí hoy a la cuenta y vi 4 votos XD y pues me animé a escribir este capítulo cortito.

Pienso escribir capítulos cortos, para que quienes lean (aunque sean pocos) no se abrumen ni les tome mucho tiempo de su día.

En fin, espero sigan leyendo esto y si les gusta seguiré y muy probablemente tendré la voluntad para terminarlo.

¡Pasenla bien! :)

Yo soy Marcela Valencia, la nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora