Capítulo 10

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-¡Alteza! ¡Su padre insiste en que baje a desayunar, señor!
-¿Podría abstenerme hoy del desayuno?
-No señor. Según el rey, ha de bajar enseguida y ha de dejar de comportase como un niño.
-Está bien Tonka, está bien. Bajaré en unos minutos.
El príncipe Jack se deshace de las sábanas y abre las puertas de su armario. Se viste con rapidez y se acerca a la pequeña ventana de su habitación.
La abre de un sólo golpe de muñeca y aspira el aire frío de la mañana. Le duele ligeramente la cabeza, ha dormido muy mal.
Soñó con ella toda la noche. Los guardias la atrapaban con el y se la llevaban a la hoguera. Recordaba con meridiana claridad sus espantosos gritos al ser fulminada, sus toses por el negro humo de sus ropas carbonizadas y su pelo en llamas. Sacude esa imagen de la cabeza y vuelve a cerrar la ventana.
Luego de asegurarse de que va pulcramente vestido, se lava la cara en el agua helada de la pila que hay en una esquina. Baja con rapidez las escaleras de piedra y abre las puertas del salón del trono. La gran mesa de madera tosca está llena de viejas marcas de espadazos dados hace tiempo, su padre está sentado en la gran silla de la cabezera.
-Hijo, por fin nos has dignado con tu bella presencia.
Que mal empieza el día, su padre sarcástico.
-Buenos días, madre, padre...
Saluda a su padre con una leve inclinación de cabeza y besa a su madre, la reina Garsea, en la mejilla.
-Buenos días, hijo.-Le prodiga una sonrisa afectuosa que el no le devuelve.
Se sienta y unas criadas les sirven el desayuno con eficacia.
El rey charla despreocupadamente de los asuntos del reino. Que si al obispo lo secuestraron los rebeldes, que si hubo una pequeña revuelta en el norte... La reina comparte algunas impresiones con su marido mientras Jack desayuna en silencio.
En un momento dado, los cordones de cuero del vestido de la mujer, ya viejos y gastados se parten por la manga, dejando ver unos horribles moratones negros en la blanca piel del antebrazo.
Jack gruñe en voz muy baja pero no dice nada. Su madre, avergonzada, llama a sus criadas para que cambien los lazos y enseguida retoman la conversación.
El príncipe termina y pide el permiso de su padre para retirarse. Accede y él se dirige con rapidez a los establos.
Ensilla a su caballo mientras su cabeza vuela lejos, pero no con Aldith, si no con algo mucho mas siniestro ocurrido hace muchos años.
-¿Mamá?- La voz del príncipe es apenas audible a través del portón de madera.
Mediante un resquicio, un pequeño Jack de ocho años observa la perturbadora escena. Su padre entró hace rato en los aposentos reales, con la reina Garsea como todos los días. Esa noche oscura de tormenta, el pequeño heredero no pudo conciliar el sueño y había ido en busca de auxilio materno. Llegó a la puerta y escuchó unos sonoros gritos y gemidos de mujer.
Abrió un poco la puerta, lo suficiente para ver a su bella madre, con los vestidos rotos y el cuerpo lleno de cardenales amarillentos, tirada en la cama. Su padre vociferaba y blasfemaba.
Le dio miedo y volvió asustado a su cama de roble, donde una criada le contó un cuento y pudo dormir toda la noche.
Hasta años mas tarde, no comprendió que su madre era violada por su padre muchas noches.
Hoy había vuelto a pasar.
Él no había sabido verlo... Le dolía ver así a su madre, dolorida y avergonzada pero ni el ni ella podían hacer absolutamente nada contra el rey Otto.
Solo le quedaba Aldith así que se dirigió al pueblo.

El hijo del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora