Capítulo 8

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Aldith vuelve a su casa mucho después de que los astros aparecieran en el firmamento. Se encuentra con su padre mientras intenta llegar a su cuarto.
-Aldith, ven aquí hija.
La chica se acerca y le mira a los ojos.
-Te dije que hablaría con tu madre y eso hice, la decisión está tomada .
-¿Y bien, padre?
-Bien, he de decir que tu madre no esta muy alegre con este tema, pero, vas a trabajar de criada.
Aldith sonríe y abraza a su padre, pero el la frena.
-Aldith, no estés tan alegre aún. Aún no empezarás en el palacio y deberás ganarte tu comida cada día. ¿Estás de acuerdo?
-Si, totalmente.
-Bien, empezarás a trabajar para la condesa de Miraflores. Tu tío Fredingher tiene a cuatro primas tuyas allí de cocineras.
-Está bien. ¿Cuándo empezaré?
-Dentro de una semana. Trabajarás en la limpieza y, cómo eres tan silenciosa, harás las tareas de tarde y noche cuándo los señores duerman.
-Si, padre.
-Bien, vete a dormir, o mejor, date un baño para que la condesa te vea bien mañana. Iremos a verla.
Aldith sale de casa y entra en una pequeña cabaña lateral donde está el baño.
Hay una gran tinaja y un cubo al lado. Llena el cubo en un canal de agua fresca que pasa al lado y lo calienta un poco. Lo vuelca en la tina. Repite el proceso metódicamente durante unos diez minutos hasta que la tina esta llena.
Se desnuda, desata sus ropas y las deja caer por su largo cuerpo. Las mete en una tina pequeña y las limpia con un jabón rudimentario. Se asegura de que la puerta esta bien atrancada y se mete en la tina.
Desliza el jabón sobre sus piernas. Pica.
Rasca su piel y estruja con mucha fuerza su pelo. Cepilla las plantas de sus pies con fiereza hasta dejarlas menos marrones.
Aprieta las rodillas contra su pecho y las abraza. Se encoge y luego se estira dejando que sus piernas salgan de la tinaja.
Sumerge la cabeza y la mantiene unos treinta segundos bajo el agua.
Le pican los ojos cuando la saca, pero le da igual.Sale de la tina, y se seca con una tela limpia. Cuándo va a coger su ropa, se da cuenta de que no ha cogido ropa limpia.
Maldice a su imprudencia y decide salir cubriéndose apenas con la tela. Es muy tarde y sería raro que hubiera gente.
Sale a la calle y cuando cierra la puerta, la sobresalta una voz gangosa.
-Hola, preciosa, ¿que haces tan tarde tu solita?
Aldith se estremece, el dueño de la voz es un hombre de unos cincuenta años, de pelo encanecido y nariz aguileña. Se nota que es un viejo soldado.
Un viejo soldado con sabe Dios que intenciones.
Mira a Aldith con mucho deseo cuando intenta arrebatarle la tela que la cubre. Ella grita y tira de la tela pero esta cede ante la fuerza del hombre, y el cuerpo de la muchacha queda expuesto a la mirada de aquel soldado.
-¡Ayuda! ¡Padre!
El padre de Aldith sale a la calle de inmediato, alertado por los gritos y de inmediato ahuyenta al hombre.
Le entrega a Aldith su tela.
-Hija, que susto me has dado. Ten mucho cuidado, ¿que hacías sin ropa?
-Me... me la he dejado en casa.
-Aldith, vete a la cama anda.
Ella entra en su cuarto, se viste y se mete entre las bastas sábanas.
Oye la respiración de Johanna y consigue acompasar la suya con la de ella.
Se duerme.

El hijo del reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora