MICROBÚS

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Microbús

Nos pareció extraño al principio, lo comentamos con mi familia, a mi hermano y a mi madre no les llamó mucho la atención, pero si a mí y a mi novio.

Nos habíamos ganado en un concurso por internet, un tour hacia la playa Emea, el Spa más nuevo y lujoso del litoral central, el más lejano de la ciudad principal. Al volver de un gran día de relajación, nos subieron a un microbús que no era el que nos había traído ni menos el conductor. Cuando ya todos estábamos arriba le dije al conductor, que ni el, ni el bus, ni las 5 personas que nos acompañaban venían al principio.

—No se preocupe—respondió displicente—Son candidatos a este microbús pues este es mucho más cómodo—concluyo.

Sin embargo, un así me senté con una angustia en el pecho, como presintiendo algo extraño y cuando presentía algo extraño, siempre miraba la hora en mi reloj de pulsera. Marcaba las 6 con 50.

De pronto, el bus comenzó a menearse de un lado a otro, pensé que podía haber arrancado ya, pero, el conductor nos gritó con desesperación que nos pusiéramos el cinturón que lo que pasaba no era normal. A esa altura el bus comenzaba a tambalearse mucho más y súbitamente las ventanas se empañaron.

El terror nos embargó, sobre todo porque una de las chicas, de los otros 5, no paraba de gritar.

—¡Terremoto! ¡Maldición es un terremoto!

Y yo solo intentaba respirar profundo mientras el microbús seguía meneándose de un lado a otro. Era como estar viajando a la luna, viendo alguna película de sci-fi. Así mismo temblaba el microbús.

Ya a esa altura, habían pasado unos 2 minutos y esto aún no paraba. Mi hermano mayor, que por lo general intentaba conservar la calma en estos momentos no soporto más y arremetió contra el conductor.

—¡Por qué no arrancas maldita sea! ¡Estamos cerca de la playa! —pero el conductor intentaba aferrarse al volante en esa pequeña cabina.

Para peor, las respiraciones agitadas hicieron que los vidrios se empañaran aún más y muy rápido para mí, pensé repentinamente. Así como fue de repentino que del meneo del bus pasara a saltos y agitadas bruscas, como si estuviéramos montando un toro salvaje.

Los brincos hicieron que mi hermano saltara atrás sin poder sostenerse y rodara hasta la parte de trasera. Su cabeza impacto el suelo en un par de ocasiones mientras lo miraba con terror, él estaba inconsciente.

Súbitamente me levanté, mi novio me tomó el brazo, pero me solté, así como solté mi cinturón para ir en ayuda ya que nadie más se levantó, pues cuando me aferré a los barrotes vi a mi madre que rezar con los ojos cerrados y la esposa de mi hermano estaba en shock.

Al llegar a él y poder sostener su cabeza, mi inercia me hizo pasar la mano por el ventanal trasero y quitar la empañadura y ver qué pasaba. Lo que vi fue el peor miedo que había sentido en mi vida.

Las personas corrían desaforadas por entre los vehículos mientras el mar ya se había recogido lo suficiente y eso que aun este maldito microbús no paraba de menearse.

—¡Ya paro! ¡Podemos irnos! —dijo uno de los otros 5.

Al fin, el conductor le hizo caso y puso en marcha el microbús para salir raudo del lugar justo cuando las sirenas de tsunami comenzaban a ulular. Ya no había solo ruido de personas corriendo, envueltas en pánico, sino que ahora los gritos desesperados, oliendo la muerte, llamaban a nuestros oídos y no solo eso, los golpes al microbús eran voraces para intentar subir y alejarse del peligro.

Súbitamente, las ventanas volvieron a la normalidad y ahí, todos lo que viajábamos en aquel microbús, nos dimos cuenta de lo que pasaba, de que nos perseguía y de cómo la carretera era víctima de la irracionalidad y el caos.

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