SOBREDOSIS

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Sobredosis

Fueron alrededor de 40 somníferos los que me tomé antes de que el asco me hiciera vomitar. Pero ya muchas de las pastillas habían ingresado a mi estómago y comenzaron a hacer efecto rápidamente en el flujo sanguíneo. No me dio tiempo ni siquiera de esconder los blíster o firmar la nota de despedida, solo quería dormir y olvidarme del sufrimiento. Alejar a todos de mí. Dejar de ser una carga, que todos los ángeles, que todos los demonios, que todos los muertos que habitaban en mi interior desaparecieran.

En mi mano solo atesoraba una fotografía de hijo perdido y el anillo de matrimonio de mi esposa quien me había dejado tiempo atrás, abrumada por el sufrimiento de haberme perdido en un agujero del que no pude salir.

Pero el sueño me venció antes que pudiera emanar una lagrima y caí rendido en una quimera mágica, distópica, donde podía ver todo y a la vez nada. Sentir mucho y a la vez nada.

Flashes de luces azulinas y rojas, verdosas y amarillentas me envolvían mientras me sentía cada vez más feliz dejando este mundo lleno de dolor atrás. Sentía que tenía esa sonrisa en el rostro mas no podía mover ni un musculo.

Era sublime sentirme en una nube precisamente cuando veía, en la inmensidad de la nada, la luz de la que tanto hablan, de la que estamos destinados a cruzar si queremos saber a dónde vamos, mas, por tanto que caminaba, en esta especie de nube, a aquella luz, ésta se hacía más lejana, la fotografía de mi niño se desvanecía en mi mano y el anillo de matrimonio que había colgado en mi cuello con una cadenita de plata se hacía muy pesado, me rasgaba la piel, se incrustaba en ella y quemaba. Era un dolor insoportable.

De pronto, sangre comenzó a salir por mi boca y borbotones de mariposas después del fluido vital, como si aquellas mariposas fueran lo que quedaba de un amor que tuve y ahora no podía recordar hacia quien.

Sostenía un papel en blanco en mi mano que no sabía para que era. Lo tiré, mas la luz aún seguía donde mismo y yo más lejano que cuando di el primer paso.

El suelo súbitamente se desintegraba y ya no podía correr, era pantanoso, azul oscuro y estelas calipsos. El cielo bajaba con nubes negras salpicando lluvia ácida que quemaba mi piel. Sin embargo, aunque me desintegraran yo quería llegar a aquella luz.

Frente a mi tenía la figura de un niño, salió desde el pantanoso suelo que me dominaba el andar. Él no quería hacerme daño, solo con sus manos intentaba detenerme, no sé porque estaba tan testarudo y quería seguir avanzando a donde ya ni me acuerdo que iba.

De pronto el niño me acarició el rostro, con tanta calidez que descanse un poco sobre su hombro mi pesar y el solo besaba mi mejilla, mariposas nos rodearon y me hacían cosquillas en el cuerpo que ya no llevaba ropaje.

La luz que había visto ya apenas se veía en el fondo de la inmensidad, solo iluminaban las luciérnagas de un bosque que se había formado alrededor de nosotros, pero ya no abrazaba al pequeño, sino un espejo.

En aquel reflejo me vi, deteriorado, marchito por los años que se habían quedado conmigo y no habían pasado. Entendí que lo único que había hecho por mi vida era lamentarme por lo que no pude hacer y la culpa recaía en quienes no me ayudaron o boicotearon mis sueños con malas energías. Pero si yo creía en Dios, ¿Porque tenía que creer en malas energías?

Al fin el pantanoso suelo me soltó las piernas y caí de rodillas sosteniendo mi cuerpo en las cuatro extremidades. Mi rostro se reflejó en el agua que ahora se tornaba cristalina. Y el cielo volvía a subir, dejando de atormentarme con su lluvia ácida, húmeda y de alta temperatura.

Susurros escuchaba a mi alrededor que decían que me quedara con ellos, pero quienes eran ellos, quien era yo, donde estaba sintiendo esto que estaba pasando, que ni siquiera sabía si era un sueño o una realidad alterna.

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