Capítulo III/I

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Correspondería a mi atolondrado
enamoramiento que no me detenga a pensar en las consecuencias de salir a buscar a Charles. No obstante, conocía muy bien el riesgo al que las chicas de mi edad estábamos expuestas, a la perversidad de ciertos libertinos, entre otras desventajas.
Entonces, dediqué tres días a profundas cavilaciones sobre lo que podría pasar si llevara a cabo mi misión.
Cierto día le dije a mi gata:
—Ágata, no puedo con esto. ¡No puedo! Charles me esta esperando, y yo aquí, cuestionándome mi amor por él. ¡Soy indigna, Ágata, de su estima! Yo, Jane Baudelaire, prometo, al llegar a mi destino, amar profundamente a este hombre, someterme a todas las pruebas que me ponga por delante, y soportar sus golpes como lo hace Sarah, con la dignidad de una poderosa leona. ¿Qué mejor manera de demostrar amor sino es la de soportar incluso la más violenta situación? Sí, Ágata, iré mañana, y ese chico verá que somos almas gemelas.

Ágata se echó a dormir.

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