III. Roto...casi

722 59 41
                                    

Despertó amarrado a una silla de hierro que expulsaba un olor a quemado que perforaba su nariz como si inhalara fuego, buscó entre la oscuridad de la habitación algo que le ayudara a identificar el lugar en el que se encontraba, pero no consiguió ver nada.

Griffith no sabía dónde estaba o como había llegado ahí, lo único que recordaba era el terminar de rodillas en el suelo por sufrir una traición por parte de quien consideraba su mejor amigo.

Una puerta a la lejanía rechinó llamando la atención del pelo azul, la luz lo dejó ciego por unos momentos, pero distinguió unas siluetas algo familiares acercándose a él.

-Griffith-.

Habló en rencor una voz gruesa en un tono un poco bajo, era el rey de Midland quien miraba al halcón amarrado en esa silla, su mirada demostraba una ira enfermiza y venenosa, una peor que la suya si lo pudiera pensar.

-Griffith maldito engendro-.

El rey tenía sus venas marcadas sobre su piel, se acercó a su víctima y le dio un fuerte golpe en la mandibula que le quitó unos cuantos dientes.

Griffith no hizo ni un solo ruido sobre eso, pero si se inclinó un poco hacia adelante para evitar ahogarse con la sangre que salía de sus rotas encías.

-Te di gloria Griffith-.

Los guardias que acompañaban al rey cortaron las cuerdas y amarraron a Griffith con otra cuerda que colgaba del techo dejándolo colgando.

-Te ascendí Griffith-.

El rey tomo un látigo con espinas y cabello de esclavos amarrado a esta, sin temor y con mucha confianza azotó tan fuerte a Griffith que su piel salió disparada por completo de su pecho, tampoco demostró dolor al respecto, su mente estaba en otra parte, cosa que notó el rey y que lo hizo enojar aún más.

-Hice que te convirtieras en noble...Griffith...! Y ASÍ ME PAGAS ¡-.

Esta vez el azote fue directamente hasta su cara destrozando su piel blanca, pero sin dañar sus ojos o nariz, esta vez Griffith si hizo ruido, aunque casi no se entendió lo que quiso decir.

"Uts".

Sin perder tiempo el Rey azotó muy cruelmente al pelo azul una y otra vez sin detenerse, a veces los azotes eran tan fuertes que conseguía hacer que su víctima gritara, pero nunca llegaba al nivel que le encantaría escuchar por parte de este ladrón.

Su hija, su amada y pura hija, en su mente enferma su hija había sido engañada por la belleza del hombre que castigaba duramente ahora, su hija, su propiedad, solo él tenía permitido quitarle la virginidad a Charlotte aún que esto fuera una ley que solo existía en su retorcido cerebro.

Pero a pesar del dolor Griffith estaba sumergido en un mar de recuerdos agridulces.

Un pequeño el corría por callejones sin detenerse mientras ríe pensando que era seguido por sus amigos.

-Donde están todos? -.

Se extrañó ya que de verdad pensaba haber escuchado sus pisadas sobre los charcos de agua, pero le restó importancia, miró el castillo que estaba tan lejano para el a pesar de lo mucho que corrió por los barrios bajos, estirando su mano se ilusionó al pensar que algún día tendría el suyo.

-Oye-.

Un hombre joven de aspecto rudo se puso de pie a su lado, el pequeño Griffith se sorprendió de ver su gran estatura y, sobre todo, la espada que cargaba en su espalda, nunca había visto una espada de ese tamaño y menos a alguien tan fuerte como él.

- ¿Por qué corres en medio de los callejones?, te van a asaltar un día de estos pequeño-.

El joven sonrió con gracia por ver al pequeño pelo azul sorprendido como si viera a un coloso de los libros de fantasía.

Dos HalconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora