PRÓLOGO

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Suspiro por fin al ver la casa de Jon cerca, debería comprarme una moto o algo.

Primero necesitas más dinero.
Buen punto, conciencia.

Llegó suspirando y cansada por el maldito sol de verano, ¿les he dicho cuánto odio el verano? ¿No? Pues ahora se los digo, odio el verano con todo mi ser, podría estar perfectamente con hipotermia, un brazo congelado y apunto de morir pero les diría que sigo prefiriendo el frío.

Bueno, eso es seriamente cuestionable.

Abro la nueva valla que pusimos hace dos meses y veo las hermosas flores que Jon cultiva, su nuevo Jobi, la puerta se abre y un gran perrito pastor alemán sale ladrando mientras corre hacia mi, abro los brazos para recibir al cachorro de dos meses, lo levanto del suelo y lo lleno de besos.

—Hola, muchacho ¿has hecho mucho desorden?— preguntó mirando al perrito que lame mi mano. —¿Y Jon?— le preguntó y él cachorro ladra moviendo la cola, sonrió y me dispongo a entrar a la casa, suelto al perrito que sale corriendo a la cocina y cierro la puerta con el pie.

—¡Ya llegue! ¿Que paso?— gritó para que me escuche, empiezo a caminar hacia la cocina y busco un vaso de agua, me lo sirvo y bebo un sorbo, empiezo a abrir las puertas de la alacena y me pongo de puntillas para poder ver que hay de comer.—Oye, Jon, tienes que comprar galletas de chocolate, no hay nada que...— me quejo dando la vuelta pero me corto al ver quien se encuentra junto a Jon, el vaso cae de mis manos y se escuchan los cristales rompiéndose al entrar en contacto con el suelo, mi corazón empieza a latir desenfrenadamente, las mariposas revolotean a en mi interior y las lagrimas se posan en mis ojos, el aire se retiene en mis pulmones involuntariamente y una oleada de ira me recorre.

—Hola— dice el rubio con ojos de distintos colores.

¿Que hace él aquí?

NEGRO AZABACHE Donde viven las historias. Descúbrelo ahora