Capítulo 7

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Cuando ya era casi el anochecer recibí un mensaje de Marcela, diciendo que necesitaba hablar conmigo urgente. Le respondo que estoy en casa y que puede venir. No contesta, pero a los veinte minutos aparece en la casa.

Tiene los ojos hinchados de llorar.

-Marcela ¿qué te ocurre? —pregunté, aunque ya me lo imaginaba.

Ella me abraza y llora desconsoladamente. Sus lágrimas tienen nombre y apellido. Como sea, la dejo llorar todo lo que desee. Que saque todo lo que lleva por dentro.

Que dolor verla y sentirla así. Le acaricio el cabello lleno del aroma de su champú de flores, y le susurro que todo estará bien. Siento el hombro húmedo a causa de sus lagrimas, y su proximidad y llanto me hacen sentir tan herido como ella lo está ahora.

La aparto un poco para verle el rostro; que acongojada se ve, es terrible. Paso mi mano por sus mejillas para limpiarle un poco.

-Querida, no sigas... -le ruego-, ven conmigo.

La llevo a la habitación.

-Recuéstate, por favor. Voy a traerte un té para que te relajes ¿si? Por favor, espérame. —le digo soltándole la mano, y al instante ella toma una almohada para seguidamente hundir su rostro en ella.

Corro a la cocina. No quiero dejarla sola demasiado tiempo. Preparo el té lo más rápido posible y se lo llevo. Me siento a su lado y ella me mira con una especie de desesperación.

-Marcos...

-Tranquila, todo estará bien —le digo-, eres fuerte.

Me recargo en el espaldar de la cama y ella se refugia en mí. Sigo acariciando su cabello y lentamente siento que su respiración se acompasa lentamente hasta que me di cuenta de que se ha quedado dormida. Eso me consuela.

* * *

Le he enviado un mensaje a Pablo y le he dicho que Marcela está en casa y que ha llegado bastante deprimida, aun así le pido que no se preocupe, que yo me encargaré de todo. La verdad no se qué hacer, más que esperar que Marcela despierte y si quiere, que hable conmigo.

Se me cruza por la mente llamar a Rubén... no, tal vez no sea correcto; él es muy impulsivo también. Al final me he armado de valor y lo llamo.

-Rubén, soy Marcos.

-Oh, eres tu ¿has llamado para hablar de Marcela?

-Ella no me ha dicho nada, pero ya lo sé todo... ¿Cómo te atreves, Rubén?

Silencio, al cabo de unos instantes, responde.

-Yo no quería que esto sucediera. No quería que ella llorara por mi... no soy nadie ¡se lo dije!

-Rubén...

-Escucha, Marcos... no pude complacerla, no la entiendo, no sé cómo ha pasado todo esto. Ella de repente cambió, me acusó de que yo no pasaba tiempo con ella, de que no la llamaba...

-¡Excusas, Rubén! ¿y acaso no fue así? Al parecer estabas muy ocupado hablando con Elisa y llamándola. Tú fuiste el que se alejó de Marcela, el que se volvió frio y distante... ¿Dónde quedó el amor que profesabas tenerle?

-¡Yo no lo sé! —estalló Rubén- No lo sé, Marcos, no lo sé... yo la amaba, es la mujer a la que más he amado en mi vida; aun siento algo por ella, pero...

-Pero no es amor, quizá pasión o menos que eso, pero no es amor, porque si no, no la habrías engañado de la forma en que lo hiciste...

Hubo un nuevo silencio de su parte.

-No quiero lastimarla, ni que sufra, mucho menos que llore por mí... -dice entonces.

-Bien, eso es bastante difícil a estas alturas... estoy seguro de que ella no debe querer verte en mucho tiempo, pero tendrán que verse algún día, ya sea en la editora o con nuestros amigos... y solo quiero decirte una cosa, Rubén... más vale que la trates con el poco respeto que te queda, si aun te queda algo de decencia, porque sino... -colgué el teléfono.

Me he quedado sin aire y con las manos frías. Creo que he dicho más de lo que debía.

Vuelvo a la habitación para revisar a Marcela. Aun está dormida y me alegro, porque cuando despierte se sentirá más descansada.

Otra Ridícula Historia de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora