Capítulo 12

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Me dirigí a la habitación en la que he estado durmiendo.

No sé qué hacer. La casa está en silencio y no tengo idea de lo que Marcela pueda estar haciendo en la otra habitación. No me atrevo a hablar con ella.

Me recuesto en el espaldar de la cama, pensativo.

De repente, la puerta se abre. Me he quedado muy quieto al ver a Marcela en el umbral de la puerta.

Por un momento pensé que venía a decirme adiós, pero entonces la vi vestida con su camisón de dormir. Su rostro se veía tenso, aunque quizá no más que el mío.

-¿Piensas que soy perversa? —me pregunta, aun desde la puerta.

Yo me extraño ante semejante pregunta. Entonces se aproxima a la cama.

-Dime la verdad ¿piensas que soy perversa? —vuelve a preguntar.

-No pienso que lo seas... -respondo, aunque siento cierta confusión ante su presencia luego de haber confesado mis sentimientos.- Jamás lo has sido.

Ella niega con la cabeza.

-Lo he sido... -replica. Se sienta a mi lado, frente a mí. Yo sigo en la misma posición de antes.

-Marcela, no entiendo... -empecé a decir, cuando se acercó y me besó. Fue un beso corto y dulce que no esperaba.

Nos miramos nuevamente. No entendía el por qué de todo eso, pero mi corazón latía aceleradamente; creo que iba a explotar y no pude contenerme al contemplar sus pestanas largas y negras tan cerca de mí, y esos ojos que tanto gustaban.

Entonces fui yo el que la besó ahora, sus labios primero, luego todo su rostro, su cuello y el hombro que su camisón dejaba al descubierto. Su piel me supo tan bien que me resultaba difícil dejar de besarla. Todo me parecía un sueño y realmente dudé que fuese real.

Me obligué a separarme.

-Dios... Marcela, lo siento... -dije dificultosamente.-, me dejé llevar...

-No, no digas nada... Marcos, por favor. —suplicó, besándome otra vez.

Acarició mis brazos e hizo que la rodeara con ellos, pero yo seguí debatiéndome internamente.

-Marcela... -le dije-, no juegues conmigo. No puedo...

-Claro que si, Marcos. No estoy jugando —dijo mirándome-, quiero hacerlo, quiero que seas tú...

Creo que pasó un minuto de silencio, y sus palabras resonaron en mis oídos y dentro de mí como si de una música cautivante se tratase.

Olvidé el por qué de mis dudas, y nos fundimos en un nuevo beso que no terminaba de saciar mi sed de ella. Se colocó a horcajadas sobre mí y se quitó el camisón y pude ver sus pechos pequeños y tentadores, los besé mientras ella se arqueaba de placer.

Besé cada trazo de su piel, saboreándola, adorándola, amándola tal y como se lo merecía y haciéndola mía.

Yo no podía creer aun que la tuviera entre mis brazos, que fuera realmente ella. Pero sí que lo era, sus ojos castaños mirándome, sus labios rosa entreabiertos diciendo mi nombre y su piel rozándome hasta el alma.

Sentí una presión terrible que debía liberar. Ella estaba lista y yo no podía soportarlo más.

-Marcela... yo... -dije con voz entrecortada.- te amo...

Ella se abrió a mi dispuesta y entré en su ser al borde del éxtasis. Una y otra vez, cada centímetro la sentí con una mezcla extraña de dolor y gozo que no sabría describir... así, estuvimos hasta que llegamos al culmen de nuestro amor.

Luego de ese momento tan íntimo la abracé y me sentí inmensamente feliz. Sentí que era liviano como una hoja que cae de un árbol y que me elevaba con la ayuda del viento hasta incluso tocar el cielo.

Le besé la mejilla con ternura.

-Te amo más que a mi propia vida, Marcela. —le susurré al oído.

Ella no me respondió. Se había quedado dormida.

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