Capítulo 4

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Ha pasado una semana aproximadamente. Estoy en casa hablando con Pablo.

-¿Te ha dicho algo Marcela? —me pregunta. Le miro.- Bueno, aunque Marcela te cuenta todo, para tu desgracia... -y ríe irónicamente.

-Está deprimida, lo cual era de esperarse. —respondo, haciendo caso omiso a su ironía.- Ha hablado con Rubén, pero ha dado como contra un muro, o una tumba mejor dicho, porque él no ha sido capaz de decirle absolutamente nada.

-Si será imbécil... -replica Pablo con gesto de amargura, revolviéndose en su asiento.- ¿Cómo se atreve a quedarse de brazos cruzados y dejar ir a mi prima? ¡Pensará que ella le va a rogar luego!

-Pues eso hay que evitarlo...

-¡Claro, Marcos! —exclama Pablo, dándole un golpe al brazo del sillón donde está sentado.

-Te lo digo porque esta tan vulnerable que podría ser capaz de ir a su casa y pedirle que vuelva con ella...

-No lo podemos permitir...

-Pero ¿cómo?

-Puedes tratar de distraerla...

-¿Yo? —inquiero- ya no puedo yo solo con ella.

-¡Entonces llamemos a los demás!

-Espera, no puedes decirles a todos eso, recuerda que ella no ha hablado con los demás.

-Yo resuelvo eso... ninguno se atreverá a mencionar a Rubén.

* * *

Pablo armó una reunión en casa. Todos estaban ahí, exceptuando Rubén por supuesto.

Noemí puso música y empezó a bailar con Sebastián, riendo y bromeando.

Elisa también estaba presente, pero para variar hablaba por su celular.

Mónica conversaba con Pablo. A pesar de que ella es hermana de Rubén, es excelente amiga de Marcela, pues se conocían mucho antes de la relación de ambos.

Yo, por supuesto, estoy con Marcela. Le ofrezco algo caliente para tomar pues la noche es fría.

-Gracias —me dice con una sonrisa. Percibe el aroma de la bebida achocolatada y cierra los ojos sintiendo su calor-. Huele delicioso —y toma un sorbo-, y sabe tan bien como su aroma.

-Menos mal, al fin me sale algo bien...

-¿Qué dices? Tú cocinas mejor que yo... -sonríe.

Ah, al fin sonríe. Sé que ha logrado olvidar a Rubén por unos pequeños instantes y me parece esperanzador.

-Buenas noches. —escucho.

Al reconocer la voz y mirar hacia la puerta, creo que nos ha caído un balde de agua fría a todos. Es Rubén quien ha llegado. De inmediato todos miran a Marcela, incluso yo.

Advierto que Mónica menea la cabeza. Sebastián y Noemí se han quedado muy quietos, aun cuando la música continua sonando, y Pablo hace una mueca con cierto disgusto.

Rubén se acerca a donde estamos sentados Marcela y yo. Ella tiene la mirada fija y con cierta expresión de dureza, pero sus manos se han puesto blancas y se aferran a la taza como si de un salvavidas se tratase.

-Marcela... -pronuncia Rubén con tono pausado, seriamente- ¿podemos hablar?

Pablo se acerca también y mira a Rubén desde arriba, yo me levanto intuyendo que puede haber problemas, pero entonces Marcela se pone en pie y nos hace una seña para que nos calmemos.

-Marcos, mi chaqueta, por favor...

El corazón me ha dado un vuelco. Ella ha aceptado hablar con él. Temo por ella, pero busco su chaqueta tal como me ha pedido.

Miro a Elisa, ha tomado su bolso y sale de la casa como alma que lleva el diablo. Todos me miran, creo que me preguntan si ellos deben irse también. Yo no lo sé.

Le entrego la chaqueta a Marcela. Ella y Rubén se dirigen afuera, y todos nos quedamos en la casa.

-¡Daria lo que fuera por saber qué le dirá! —apostilla Sebastián.

-Va a pedirle que regrese con ella, por supuesto. —afirma Mónica.

-Entonces lo que nos interesa saber es qué responderá Marcela. —dice Noemí.

-Ella lo ama —declara Mónica-, así que arreglarán sus diferencias.

-Marcela es muy difícil, puede que se le resista. —dice Noemí.

-Basta de especulaciones —dice Pablo algo exasperado-. Esperemos y punto.

He tomado la taza que tenia Marcela en sus manos. Su rostro... ella expresaba tal dureza que podría haber herido tal y como lo habían hecho con ella, pero su corazón... yo lo sabía, su corazón debió haberse detenido y luego empezado a latir con una rapidez casi insoportable.

Sea como fuese, le decisión la tenía solo ella.

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