Silencio

3.1K 74 44
                                    

Andrés llegó al mundo gritando a pleno pulmón.

Un sonido estridente que fue recibido por los presentes en el paritorio como un signo de salud, especialmente por sus padres, que lo único que deseaban eran tener un hijo sano. Tan pronto como el pequeño fue depositado sobre el pecho de su madre, el silencio volvió a ser parte del lugar, ya que sí hubo una cosa que caracterizó a ese bebe rollizo de ojos rasgados durante su estadía en el hospital, fue su silencio.

No importaba el ajetreo de familiares entrando en la habitación para conocerle, o los molestos cambios de pañal, así como estar adaptándose a un sitio tan inhóspito y extraño como era el mundo que le rodeaba. Pero no, el pequeño solo buscaba el calor en los brazos de su padre o de su madre y se calmaba.

Franco y Sara no podían estar más felices ante la bendición que se llevaban a casa.

Pero ese silencio pronto se vio interrumpido.

Descubrieron que a Andrés no le gustaba nada su nuevo dormitorio, aquel que con tanto amor y cuidado Franco, ayudado de su hermano Óscar, habían decorado. Los llantos cada vez que dejaban al pequeño en la cuna podían ser oídos hasta en los alrededores de la hacienda, y como padres primerizos e inexpertos trataron diferentes formas de calmar al pequeño:

Dormirle en sus brazos antes de acostarle; tan pronto como sentía la pérdida del calor de sus padres, comenzaba el llanto.

Dejarle llorando hasta que se calmase por sí solo; propuesta de su abuela Gabriela que quedó descartada rápidamente.

Pasar la cuna a su dormitorio para que pudiera verles; Los lloros se hacían aún más estridentes.

Finalmente, optaron por lo menos recomendable; dormir con ellos en su misma cama.

Y con eso los llantos desaparecieron y consiguieron que el pequeño descansase. El problema sobrevino a que los que no descasaban era ellos, sobre todo Franco, que se pasaba despierto hasta el amanecer, aterrado de que pudiera aplastar a su hijo.

Con el paso del tiempo y a medida que Andrés iba creciendo, pudieron llevarle de nuevo a su dormitorio. Ahora él era "un niño grande" tal y como le recordaban para que fuera adaptándose a la rutina. Pero aquello no duró mucho, tras unas primeras semanas donde en la casa reino el silencio durante toda la noche, volvieron a los problemas iniciales, y si a eso le sumaban a que el pequeño había comenzado andar y que tenía una habilidad superior para salirse de su cuna, les tenía en vilo toda la noche, atentos a por si el pequeño decidía echar a correr escaleras abajo.

¿La solución?

Proteger las escaleras y dejar la puerta abierta para que Andrés saltase de su cuna y corriese hacia su cama.

Pero con la llegada de Gaby la situación dio un cambio muy positivo, y Andrés dejó de llorar o darse vueltas por la casa durante la noche. Al principio pensaron que estaba cohibido ante la nueva integrante de la familia, pero pronto descubrieron que simplemente se estaba adaptando a la nueva normalidad, por eso y una vez que estabilidad volvió a sus vidas, Andrés continuó con sus aventuras vespertinas. La única diferencia es que ya no las hacía solo, porque a sus llantos se habían unido los de su hermana.

Con el paso del tiempo, Gaby descubrió su amor por dormir, y no importaba el ruido a su alrededor. En cuanto la pequeña posaba su cabeza en la almohada, podían estar tranquilos de que en toda la noche no iban a saber más de ella, pero Andrés no había cambiado. Había mejorado, ya no lloraba, ni tenían que estar preocupados de que acabase colgado por la valla de las escaleras, o mucho peor, que tratase de abrir alguna ventana. Ahora ya no les molestaba, se quedaba en su dormitorio hasta las tantas, perdido entre partituras y música. Los llantos y gritos habían sido sustituidos por música, reproduciéndose en algún aparato que Franco le había regalado a su hijo, y que este había olvidado apagar porque finalmente había caído rendido. A eso se dedicaban toda la noche; ir al dormitorio de su hijo y comprobar que no se había quedado dormido en una postura imposible, ya fuera sobre alguno de sus instrumentos o en el mismo suelo.

Pero el silencio llegó, y precisamente ese que tanto Franco y Sara habían ansiado en los últimos dieciocho años, no les dio la satisfacción que pensaban, porque ese silencio significa que Andrés ya no vivía con ellos.

A los dos de la mañana, Franco se despertó, acostumbrado a tener que levantarse para comprobar como estaba su hijo, pero ya no hacía falta. El silencio era tan ruidoso que le molestaba, estiró el brazo hacia su derecha, tratando de sentir a su esposa y que llenase ese vacío que sentía en su interior, pero no se encontró con ella. Pasó las manos por las sábanas y las sintió frías, se incorporó. No tenía que pensar mucho para saber donde estaba, y en cuanto salió al pasillo, allí se la encontró, al final de este y mirando hacia el interior de la habitación de Andrés.

Se acercó con cuidado, no queriendo asustarla, pero el crujir de sus pies sobre la madera parecía el ruido más ensordecedor que existía. Se giró hacia él, aunque brevemente, ya que volvió su vista hacia el interior de la habitación.

Rodeó su cintura entre sus brazos tan pronto como estuvo a su altura, y apoyó la cabeza en su cuello.

-Me cuesta aceptar que se ha ido al conservatorio. Lo echo tanto de menos -Sara ahogó el llanto tomando una gran bocanada de aire.

-Yo también le echo de menos, incluso sus lloros a los dos de la mañana, o las peticiones de agua en horas similares, incluso el estar vigilándole para que no se cayese escaleras abajo -rio contra el cuello de su esposa y le depositó un delicado beso- Pero sabíamos que este momento iba a llegar...

-Lo sé -le interrumpió- Pero ha pasado tan rápido... Aún recuerdo cuando se echaba contra mi pecho para dormirse o cuando tomaba uno de mis mechones de pelo para calmarse.

No era la primera vez que se despertaban en medio de la noche y los dos se encontraban contemplando el cuarto de su hijo. Pero aquello era la vida, y había llegado el momento en que su primogénito abandonase el nido... Momentáneamente.

-Amor, si eso todavía lo sigue haciendo -trató de animarla- Nada más que llega los viernes, lo primero que hace cuanto te abraza es enredar uno de sus dedos alrededor de tu pelo. Y el sábado pasado, Gaby y él durmieron contra tu pecho toda la noche. Yo me tuve que ir al cuarto de invitados -y él, feliz. Porque no había cosa de la que más disfrutase que ver a su esposa e hijos juntos durmiendo plácidamente.

Sara se giró se sobre sí misma para poder ella rodear con sus brazos la cintura de su marido.

-Gracias. Sé que estás diciendo todas estas cosas para que me sienta mejor, pero sé que para ti también te está siendo difícil.

Subió las manos de su cintura y tomó con cuidado su cara.

-Andrés fue el causante en que entrásemos en esta aventura de ser padres, y aunque es ya un hombre, no puedo dejar de verle como mi pequeño campeón, y también echo de menos todas esas noches en las que no dormíamos.

-Siempre podemos despertar a Gaby -comentó graciosa Sara, señalando hacia el cuarto de su hija.

Miró de lado hacia el lugar con fingido temor.

Gaby, o el terremoto, como la había bautizado el abuelo Martín, no producía ningún tipo de ruido durante la noche, pero en cuanto se despertaba comenzaba, y ya no había quien la parase. Porque si Andrés se pasaba todas las noches despierto, el día era para su hermana, y esta había heredado una cualidad muy Elizondo, y es que nunca se callaba, no importaba el tema, el momento o la compañía. Su hija pequeña era energía pura desde que abría los ojos.

-Dejemos que esa charlatana descanse, hoy me ha dicho que quiere empezar a estudiar un nuevo idioma -normal para una persona que era tan parlanchina- Pobre de los habitantes del país donde se hable -bromeó.

Volvieron a su dormitorio, un poco más animados, pero sabiendo que el silencio no era su ruido favorito.


La familia de Sarita y FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora