La apuesta. Parte I

536 41 33
                                    

Franco dejó los documentos sobre la mesa y se reclinó en la silla. Cerró los ojos. Le dolía la cabeza y notaba el estrés acumulándose en su nuca. Estaban en semanas de duro trabajo y aunque todo les estaba resultando de la mejor de las maneras, echaba de menos salir al campo y mezclarse entre caballos y naturaleza.

No estaba hecho para el trabajo de oficina, ni para las largas jornadas de reuniones, las cuales ya estaban perjudicando a su salud física y mental.

–¿Terminaste, mi amor? Los niños te esperan para la cena.

Abrió los ojos y giró la cabeza hacia la puerta, encontrándose con la gran sonrisa de su esposa, una que quiso imitar, pero la para cual no tenía fuerzas.

–¿Qué ocurre?

No tuvo que abrir la boca para que Sara supiera al instante que su estado de ánimo no era el mejor. Su esposa le conocía a la perfección y sabía con una simple mirada cuando algo no andaba bien.

–Tengo mucho trabajo.

Sara no dijo nada, asintió y se acercó con paso decidido detrás de su silla. El aire alrededor de su esposa se levantó, provocando que llegase a sus fosas nasales el perfume del jabón que utilizaba.

Enojado, torció la nariz. No había cosa de la que más disfrutase que la de compartir un baño junto a su esposa, y en las últimas semanas eso había sido prácticamente imposible, así como el de tener un momento íntimo.

–¿Necesitas ayuda? –Sara se inclinó y comenzó a masajear la tensión de sus hombros– Podemos ir a cenar y cuando los niños estén dormidos, regresar al estudio.

Tomó una de las manos de su esposa y la llevó a sus labios para depositar un suave beso en su palma.

–Gracias, amor, pero no quiero que tú también te estreses.

Sintió como Sara se deshacía de su agarre y se acercaba a la mesa para ver en lo que estaba trabajando.

–No creo que sea muy complicado, ¿acaso no recuerdas cómo te ayudaba antes de casarnos?

Por supuesto que se acordaba y amaba ir acompañado de su novia a la oficina.

–No niego que seas la mejor, pero ahora los negocios han cambiado y no estás acostumbrada a la cantidad desbordante de inconvenientes que se plantean cada día.

Una vez se casaron tuvieron las cosas muy claras, Sara se encargaría de la hacienda y de todo lo relativo al trabajo de campo, mientras él, lo haría de los negocios, contratos, y todo lo que supusiera estar sentado detrás de un escritorio.

–Mi amor, yo solita me hago cargo de una docena de sementales que se pelean a la primera de cambio, y no me refiero a los caballos. Nuestros empleados a veces se comportan como niños, y si de niños hablamos, los nuestros no dejan de molestarse.

Franco sonrió con melancolía, tampoco había podido compartir tiempo de calidad con sus hijos.

–Me cambiaría ahora mismo por ti, amor. No creo que nada sea más difícil que soportar a empresarios y proveedores.

Suspiró sin darle mucha importancia y comenzó a ordenar la mesa para irse a cenar junto a su familia, pero cuando Sara le detuvo, la miró extrañado.

–Cambiemos.

Se quedó aún más confundido con el comportamiento de su esposa y más aún cuando observó la sonrisa de picardía que trataba de ocultar en su rostro.

–No entiendo.

Sara tomó los documentos de sus manos y los apretó contra su pecho.

–A partir de mañana, tú te harás cargo de la hacienda y los niños, y yo iré a la oficina –sonrió con satisfacción.

Negó con la cabeza.

–Amor, te repito; no quiero verte estresada. Tú estás mejor acá, en el campo con tus caballos. Algo sencillo.

–¡¿Sencillo?!

Puede que se hubiera equivocado en la palabra elegida y más cuando Sara apretó los puños.

–Sencillo no es, pero sí es más sencillo que el trabajo en la oficina.

Sara soltó una carcajada cargada de ironía.

–Mi amor, te apuesto a que no aguantas más de veinticuatro horas.

Abrió la boca de par en par, pero más bien porque la actitud de su esposa le hacía querer participar en su juego.

–No, mi amor. Te apuesto que la que no aguanta más de veinticuatro horas eres tú, con Óscar molestando cada cinco minutos, con los empleados enviando mal los documentos y los proveedores exigiendo más dinero.

Sara asintió con la cabeza y estiró la mano.

–¿Qué te parece una apuesta formal? El primero que no aguante... Deberá hacer lo que al otro se le antoje.

Franco apenas dejo que su esposa terminase la frase para estrechar las manos de ambos.

No tenía mucho que pensar, porque tenía muy claro que iba a ganar y estaba impaciente por cobrar su premio.

–Señorita Elizondo vaya haciéndose a la idea de que va a perder.

Sara entrecerró los ojos y en su boca se dibujó una sonrisa maliciosa que no supo por qué, pero que le hizo ponerse nervioso.

–No hable demasiado rápido, Señor Reyes. Puede que el que tenga todas las de perder sea usted –Sara dejó los documentos sobre la mesa y pasó por su lado dirección a la puerta–. Y abandone mi estudio, sus hijos deben estar comiéndose hasta los cubiertos.

Franco nunca antes se había levantado de aquella silla con tanta energía y sobre todo tan feliz de dejar a un lado el trabajo para ir junto a su familia.

¿La apuesta?

La asumía ganada y en su mente solo pasaban imágenes de lo que iba a hacer con su premio.

xxxx

¿Quién creen que ganará la apuesta?

...

También quiero decirles que he comenzado una nueva historia; 

"La decisión de Sara"

Tras despistar a Fernando y evitando que Gabriela les descubra, Franco y Sara consiguen consumar su amor con libertad. La experiencia causa en Sara sensaciones desconocidas que la llevan a verse en la encrucijada de tomar una importante decisión...

Elegir entre el amor de su vida o el amor por su mamá.

Aunque la situación está por complicarse cuando un giro inesperado del destino provoca que la decisión se vuelva aún más difícil.

La familia de Sarita y FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora