"¿Y ustedes cuándo se casan?"
La simple pregunta de Gabriela fue la causante de provocar una revolución en la calmada vida que, tanto los Reyes como las Elizondo, habían conseguido tras acabar con sus enemigos.
Franco había deseado contraer matrimonio con Sara desde mucho antes de recibir el beneplácito de su suegra, es más, hubiera estado dispuesto a hacerlo, aunque la mujer le amenazase con matarlo si juraba ante dios amar a su hija.
Sara había tenido razón.
Celebrar su matrimonio sin prisas, con la aceptación de todos y haciendo partícipe a Gabriela, era mucho más gratificante y sobre todo, les hacía verse por fin como lo que eran; una familia.
Una familia grande, ruidosa y entrometida que se sentía con el derecho a opinar libremente sin considerar sus preferencias, y por eso los preparativos de su boda se estaban convirtiendo en un auténtico infierno. Trataban de justificarlo con la emoción por ser la primera boda del clan Reyes-Elizondo que se iba a celebrar sin tener que darse a escondidas o amenazados... Fuera lo que fuera, lo cierto es que aunque las ganas por casarse no habían desaparecido, sí que lo había hecho el hacerlo mediante una gran celebración.
Franco había agradecido que su suegra sacará a relucir que Sara y él aún no se habían casado, pero ahora se preguntaba si hubiera sido mejor seguir el consejo de su novia y hacerlo a sus tiempos. Además, aunque desease con todas sus fuerzas vivir bajo el mismo techo junto a la mujer que amaba, podría haberse conformado con continuar colándose cada noche en la hacienda Elizondo para dormir abrazados sin que el resto de la casa lo supiese.
En cambio, ahora apenas podía ver a su prometida, ya que ambos estaban demasiado ocupados atendiendo a los miles de ideas que todos parecían tener.
Óscar se había tomado muy en serio la organización de la fiesta y queriendo resarcirse por la simpleza de su propio matrimonio, había ordenado no escatimar en comida, decoraciones, música, así como en otras cosas extravagantes y ostentosas que se alejaban mucho de la simpleza que iba con sus personas. Al principio Juan había tratado de controlar a Óscar, pero contagiado por la emoción de ver a su hermano pequeño casándose, le animaba con todas sus rocambolescas ocurrencias.
"Es mi boda."
Les había dicho un día cuando no pudo soportarlo más y quiso recuperar el control de la situación. Aunque no sirvió de nada porque Óscar se rio en su cara y continuó ignorándola. También sabía que por parte de las Elizondo la cosa estaba igual o incluso peor. Norma y Jimena se habían erigido como las elegidas para decidir la vestimenta de toda la familia. Había perdido la cuenta de las veces que había tenido que acudir al centro de modas a probar su traje, aunque si era sincero quien se estaba llevando la peor parte era Sara.
"Secuéstrame."
Esa fue la palabra que escuchó al atender la llamada. Sara, al igual que él, quiso tomar las riendas, pero falló estrepitosamente. No le dio mucha información sobre qué técnicas de persuasión estaban utilizando para obligarla, solo que si sus hermanas continuaban con la misma actitud, acabaría llegando al altar con su ropa de montar a caballo.
"Secuéstrame o cometeré un asesinato para que me encierren y no tenga que soportarlas."
No tuvo que continuar escuchando a Sara para poner rumbo a la hacienda Elizondo. Aquello se había convertido en lo habitual desde el comienzo de la organización de la boda. O bien Sara o bien él, se llamaban mutuamente para ser rescatados de sus respectivos hermanos y hermanas.
Cuando llegó a la casa no tuvo tiempo a estacionar, ya que su novia salió corriendo de la casa y se subió al auto.
–¡Acelera!
Asustado por los gritos y creyendo que algo realmente horrible había sucedido, no se demoró en abandonar la finca. No manejaba hacia ninguna dirección, solo sabía que debía de alejarse lo más rápido posible.
–Gracias.
Escuchó como la voz de Sara se había relajado y al mirarle brevemente, sin querer perder su concentración en la carretera, se encontró con una gran sonrisa.
–¿Qué sucedió? –se aventuró a preguntar.
Sara tomó una gran bocanada de aire y lo expulsó de nuevo con tranquilidad. Podía sentirla tensa, cansada y susceptible. Como lo estaban los dos desde que se había puesto una fecha para su boda.
–Quiere... ¡Quiere que lleve velo!
Franco tuvo que morderse la lengua para no soltar una carcajada y más cuando Sara continuaba totalmente indignada por la petición de su mamá. Gabriela se había mantenido al margen... Hasta ahora.
–A mí me gusta el velo.
Volvió a morderse la lengua, pero esta vez no pudo impedir que una pequeña sonrisa se dibujase en su rostro, el cual giró para impedir que Sara le viese, pero fue demasiado tarde.
–¿Te gusta, ah? –Sara soltó una carcajada cargada de ironía– Mamá quiere que te cortes el cabello.
Eso no se lo esperaba.
–¿Mi cabello? ¿Qué tiene de malo? –dijo mientras se sobaba la cabeza.
–No tiene nada, al igual que no quiera llevar velo –bufó–, aunque eso es lo de menos. Hoy es el velo y tu cabello, mañana... ¡Mañana será otra bobada!
Aquello era cierto, de seguro que mañana cualquiera de la familia saldría con otra ocurrencia que provocaría un caos mayor.
Estacionó el auto en un pequeño claro. No recordaba donde estaban, ni tampoco cuáles eran los caminos por los que se había desviado, pero allí podrían encontrar la paz que necesitaban.
–Solo quedan unas semanas–se volvió hacia su futura esposa y tomó su mano con delicadeza–. Debemos de pensar que nuestro único objetivo es casarnos, el resto es secundario.
Eso es lo que debían de hacer. Ver el final del camino y no todos los obstáculos que le estaban llevando a él. El fin era comenzar una vida juntos. Habían superado cosas mucho peores como para rendirse por unas exigencias.
–Fuguémonos.
Parpadeó varias veces para comprobar que estaba despierto y que no esté en medio de un sueño, porque jamás pensó escuchar salir de la boca de Sara tal proposición.
–No me malinterpretes, no es que quiera que nos marchemos dejando a todos, ¿Pero...? ¿Por qué no nos casamos ahora?
–¿Ahora?
No entendía nada.
–¡Sí! –Sara le miraba como si acabara de tener una revelación– Ahora, tal cual estamos. Nos acercamos al ayuntamiento y seguro que el alcalde aceptará a cambio de un poco de plata.
Tuvo que sacudir la cabeza para comprender lo que Sara estaba diciendo.
–¿Quieres sobornar al alcalde?
Ni siquiera podía imaginarse las consecuencias.
–Que lo único que te preocupe sea que quiero sobornar al alcalde, significa que estás de acuerdo con la idea de casarnos ahora.
Franco no quería darle la razón, porque la idea de una boda grandiosa había sido suya y Sara se había visto arrastrada a ello por complacerle, pero si pensaba en Óscar y Juan ignorándole en la organización, en Jimena y Norma tratándolos como unas muñecas a las que vestir, y ahora Gabriela queriendo cambiar su imagen...
Estaba decidido.
–¿El alcalde aceptará tarjeta de crédito?
xxxx
¡Hola!
¿Cómo están?
Me percaté de que no había escrito, ni se me había pasado por la cabeza, escribir acerca de la boda de Franco y Sara, y lo cierto es que no se me ocurría nada... ¡Pero tenía tantas ganas! Espero que les guste esta visión y las siguientes partes que vendrán próximamente.
¡Gracias!
Pd: Estoy buscando un huequito para dejar hermoso mi perfil de Instagram y así me sea más sencillo avisarles por allá también.
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La familia de Sarita y Franco
Fiksi PenggemarPequeñas historias independientes sobre la familia de Sarita y Franco.