La apuesta. Parte III

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Sara llegó a las oficinas principales de supermercados Trueba y saludó a una sorprendida secretaria. Nadie sabía acerca de su intercambio, a excepción por los propios empleados de la hacienda, pero la joven empleada no hizo muchas preguntas, solo le entregó una gran cantidad de documentos y le deseó buen día.

No perdió mucho tiempo y una vez se acomodó en el despacho de Franco, comenzó a leer los diferentes archivos, facturas y correspondencia. Entendía por qué su esposo estaba agobiado, ya que a ese trabajo, se le unían las llamadas y las continuas interrupciones de los distintos empleados que necesitaban de su opinión.

Pero una vez que hubo controlado las llamadas y comprendido la extraña forma que tenía la secretaria de ordenar la importancia de los documentos, fue capaz de hacer que aquella montaña que de dolores de cabeza comenzase a ser cada vez más pequeña. Con un poco de suerte, podría regresar a la casa antes del almuerzo.

-Franco exagera -comentó en voz alta mientras firmaba una de las facturas-. Seguro que se distrae hasta con el pasar de una mosca.

Y una mosca bien grande era porque cuando solo le quedaban los últimos documentos, alguien llamó a su puerta y entró sin permiso. Alzó la vista y se encontró con la confusa mirada de Óscar.

-No eres Franco.

Puso los ojos en blanco.

-Evidentemente.

Óscar mantuvo su mirada varios segundos más.

-Franco no vendrá. Hoy yo me encargó del trabajo de oficina -habló de nuevo ante la falta de respuesta de su cuñado.

Finalmente, Óscar asintió como acabara de comprender que no iba a ver a su hermano.

-¿Necesitas ayuda? -preguntó al ver que el hombre no se movía de la puerta.

A pesar de que Óscar pasaba la mayor parte del tiempo en el centro de modas, continuaba muy involucrado en los negocios de Franco y tenía su propio despacho a unos metros de distancia.

-Solo me pasé a saludar; hola.

Le devolvió el saludo y regresó la vista hacia los documentos. Su cuñado aún aguantó unos segundos más en la puerta y se fue...

O eso pensó, porque no pudo llegar al final de su lectura cuando la puerta se abrió de par en par y

Óscar recorrió la distancia que los separaba, lanzándose pesadamente sobre la silla frente a ella.

-El flaco me ha contado sobre vuestro intercambio...

Puso los ojos en blanco y frunció el ceño. Estaba preparada para la retahíla de bromas que iban a salir por la boca de su cuñado.

-... Por lo que para mí, hoy eres Franco.

Sara no necesitó escuchar más para saber que aquello no auguraba nada bueno. Óscar se recostó en la silla, puso los pies sobre la mesa y comenzó a recitarle todos los problemas que le habían surgido desde que se había despertado. Aunque no se podían llamar problemas a lo que su cuñado le estaba contando, ya que solo se trataba de pequeños inconvenientes; como que se hubiera terminado su leche chocolateada, que alguien hubiera estacionado en su lugar o que hubiera olvidado su sombrero, además de muchos otros sucesos sin importancia que a una persona adulta le traerían sin cuidado.

-¿Todos los días haces esto? -le interrumpió y señaló entre ambos- ¿Todos los días le cuentas tus "problemas" a Franco?

-¡Por supuesto! ¡Es nuestro momento para fraternizar!

Sara miró hacia su lado izquierdo, contemplando como la pila de papeles que pensó terminar antes del almuerzo no había disminuido ni un solo documento desde la intrusión de Óscar.

La familia de Sarita y FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora