Mi novia. Parte III

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Franco detuvo el auto delante de la puerta de la casa, dio un último retoque a su cabello y agarró el ramo de flores con el que quería agasajar a su esposa. Nunca había suficientes flores para una mujer y más si esa mujer era el amor de su vida.

Salió del auto y llamó a la puerta.

Tenía llave, pero hoy no era el dueño de la casa, sino un simple hombre tratando de enamorar a la mujer más maravillosa del mundo.

Se ajustó el cuello de la camisa mientras esperaba. Juan y Norma le habían permitido alistarse en su casa. Había conseguido que toda la familia colaborase en su plan. Una locura podría parecer. Estaban felizmente casados, su relación no podía estar en mejor situación y eran padres de dos hijos hermosos... Se podía decir que tenían todo en la vida, sin embargo, él no podía dejar de pensar en que nunca le pidió formalmente que fueran novios. Era algo simple y sin importancia. No necesitaba de nada que reafirmarse su amor, pero para él, era importante cumplir con todos los pasos.

Miró el reloj de su muñeca, impacientado por llegar tarde a la reserva del restaurante, aunque más nervioso por si Sara no había captado sus mensajes y le había ignorado.

¿Y si era eso? ¿Y si Sara había tomado aquello como una forma de decirle que no le amaba? ¿Acaso le había hecho replantearse su vida juntos?

Era un estúpido, cuando las cosas estaban bien, no había porque tocarlas. Pero cuando estaba por desfallecer, la puerta se abrió.

La sangre se le bajó a los pies o le subió a la cabeza, la verdad es que no sabía si todavía continuaba habiendo sangre dentro de su organismo cuando se encontró con la mujer más hermosa que había visto en su vida. Con la ropa repleta de barro, con una simple camisa o un vestido deslumbrante como el que llevaba en esos momentos... Sara era hermosa con cualquier ropa que vistiese.

–Mi amor... –se había olvidado por completo cuál era su cometido e incluso sintió sus brazos desfallecer y que el ramo de flores estuviera por caerse. Se aclaró la garganta, tenía que recomponerse para disfrutar de la noche que les venía–. Señorita Elizondo, espero que acepte estas flores tan hermosas como usted.

Sara emitió una pequeña sonrisa y aceptó con gusto el arreglo. Franco no podía dejar de mirarla, el cómo acercaba su nariz a una de las rosas y aspiraba el aroma con lentitud. La sonrisa amplia que provocaba que su corazón saltase de felicidad y el pequeño hoyuelo que aparecía como un tesoro que solo él podía observar de cerca.

–¿Franco?

Sacudía la cabeza. Se había quedado embobado mirando a su esposa.

–Disculpe, bella dama. Me quedé anonadado con su presencia.

Sara negó, pero sin dejar que la sonrisa desapareciese de su rostro.

–Qué bobito eres. ¿Nos vamos? –su esposa dio un paso para salir de la casa, pero la detuvo.

–¿Su mamá se lo permite o se está escapando?

Adoraba esas pequeñas bromas. Los intercambios y los comentarios con doble sentido que solo ellos podían entender.

–Mi mamá jamás dejaría que me viera con un descamisado como usted. Debemos de ser precavidos.

Puede que aquella época en la que Gabriela le menospreciaba no fuera la más linda para recordar, pero había sido una de las pruebas que su amor tuvo que superar y ahora echando la vista atrás, viendo el largo camino recorrido, lo recordaban con cariño e incluso con cierto humor.

Acompañó a Sara al auto y la ayudó a subirse al mismo. No había tenido tanto tiempo como le gustaría para organizar un plan más elaborado, pero no quería esperar más para que Sara fuera su novia, por eso ideó algo sencillo, pero con mucho significado.

La familia de Sarita y FrancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora