La primera vez pecó de ingenua y no reconoció los síntomas.
La segunda vez fue antes el resultado que los síntomas.
Pero para la tercera vez era toda una experta en los síntomas.
–¡Mamá!
Respiró profundamente, tratando de controlar el enojo que su hija le estaba provocando. Gaby se había dormido, haciendo que su rutina mañanera se viera afectada. Aunque por si no fuera suficiente, a un par de minutos de salir de la casa, Gaby no encontraba su libro de matemáticas.
–¡Mamá!
A la situación había que añadirle a su hijo mayor, el cual se había levantado malhumorado y esperaba ansioso en la planta inferior gritando que su profesor le amonestaría si llegaba tarde.
Agotada, se sentó en la cama de Gaby. No eran ni las nueve de la mañana y ya deseaba que el día finalizase.
¿Cómo podía ser su hija tan despistada?
Gaby se esforzaba en buscar el libro, eso no lo iba a negar, pero se distraía con cada artículo que encontraba. Su hija de quince años era madura en muchos aspectos, pero cuando se trataba del orden de su dormitorio sufría una regresión a los tres años.
–¡Llego tarde! –Andrés bufó desde la puerta–. Gracias Gaby, por tu culpa me van a penalizar.
–No es mi culpa que hayas vuelto a suspender el examen para manejar y te tenga que llevar mamá.
A su primogénito se le estaba resistiendo el obtener su licencia. Habían tratado de ayudarle entre toda la familia, pero cuando Andrés se sentaba en el auto junto al examinador se bloqueaba y no era capaz de manejar debidamente... Y esto era utilizado por Gaby para molestar a su hermano.
–¡Mamá, dile algo!
Normalmente, las riñas de hermanos terminaban tan rápido como empezaban. Solo eran desencuentros infantiles que sus hijos eran capaces de resolver, aunque últimamente, estas habían ido a peor. Trataba de justificar el comportamiento de Gaby debido a su pubertad, pero no entendía qué ocurría con Andrés y como había pasado de ser la persona más calma de la casa a convertirse en un manojo de nervios.
Los dieciocho años le habían caído fatal.
–Nos vamos –se incorporó de la cama, aguantándose los mareos y las nauseas.
–¡Pero aún no encontré mi libro!
Ignoró los gritos de Gaby y salió de la habitación. Andrés tenía razón, llegaban tarde.
Cuando los tres estuvieron en el auto, la situación no mejoró. Andrés estaba visiblemente enojado porque su profesor era estricto y probablemente no le dejaría entrar al salón, mientras que Gaby estaba enfurruñada, sin su libro no iba a poder resolver las tareas que debía exponer ante todos sus compañeros.
Echaba de menos a Franco, su esposo era mejor que ella para lidiar con esos temperamentos tan fuertes de sus hijos. Solo deseaba que su viaje de trabajo se acortase y regresase cuanto antes...
–Que tengas buen día, mi amor.
Hizo de tripas corazón y se despidió de Andrés con una gran sonrisa, pero no obtuvo la respuesta deseada. Su hijo salió del coche murmurando algo inteligible y hecho a correr al interior del edificio.
Decepcionada, continuó el camino. Quería comprender el comportamiento de sus hijos, pero se le hacía tan difícil.
–¿Mami, puedes volver a la casa y buscar mi libro?
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La familia de Sarita y Franco
FanfictionPequeñas historias independientes sobre la familia de Sarita y Franco.