Capitulo 4

108 6 0
                                    

-Anda, puedes confiar en mi, cariño -dijo mi madre, pasando su mano por mi cabello sedoso.
-Pues... -me sudaban las manos-. Supongo que las dos.
-¿Ahora quién es el afortunado? -preguntó mi madre con interés, mientras tomaba una caja de leche del pasillo de lácteos.
-No creo que tan afortunado... -contesté fría.
-¿Qué dices? -me miro mi madre con el ceño fruncido-. Eres hermosa, lo que te hace especial y deseada. Vales muchísimo, y estoy 100% segura de que un chico muere por tí.
-Lo que digas, mamá. -bajé la mirada.
-Lo sé. Créeme. -dijo mi madre, tomando mi cabeza para besar mi frente.

No se si mi madre lo dice porque sabe mi estado de ánimo y trata de subir mi autoestima, o porque es una realidad absoluta. Ahora mismo, no entiendo nada.

Al terminar las compras, lo prometido: comprar ropa, o lo que sea que a mi madre se le ocurra.

Esto es un desastre.

Tome el vestido que más me convenció, color beige, con un hermoso encaje en forma de flores, que abarcan todo el vestido. Entré al vestidor, al cerrar la cortina, me quede un momento pensando: "Después de esto, todo será como antes" y con eso me refería a que no volvería a usar un vestido para aparentar quien no soy. Soy alguien sin chiste, no me siento bonita, no me gusta nada de mi.

Y sin darme cuenta, ya traía puesto el vestido.

-Cariño, ¿estas bien? -preguntó preocupada mi madre, al otro lado de la cortina-. Llevas ahí 15 minutos.

Vaya, de verdad que me adentro en mis pensamientos.

-Si, mamá -afirmé-. Estoy bien.
-Bien, quiero verte.

Me di media vuelta y abrí lentamente la cortina.

-Dios mío... -dijo mi madre.
-¿Te gusta? -dije con una mueca y alzando una ceja.
-¡Me encanta! -exclamó emocionada.
-¡Mamá! -susurré-. No es para tanto, no tienes que levantar la voz.
-Lo siento, querida. Es que... Wow. Estas hermosa. -dijo, limpiando una pequeña lágrima.

La última vez que me puse un vestido, fue a los 10 años, para una fiesta de etiqueta en la que fuimos invitados, gracias a mi padre. Él trabajaba en un bufete de abogados, que es una firma llamada: Johnson & Rosser, el trabajaba de asistente para un abogado importante. Por quien fue despedido años después, por "incumplimiento moral". Me sorprende que ese tipo, siendo abogado, no supiera que mi padre no incumplió ninguna moral. Pero eso no quita que sea tan obvio que lo hizo por que no soportaba la idea de que mi padre tenía más uso de razón que el con sus clientes.

-¿Y bien? -dijo mi madre, sacándome de mis pensamientos-. ¿Te quedas con él?
-¿Qué...? -dije, estúpidamente.
-El vestido, cariño.
-Oh... Emm. Supongo que si. -acepté, tomando el vestido por el borde y viendo el encaje.

Sin más, entre al vestidor. Al entrar, me percate de que había un espejo. Demonios, estaba profundamente metida en mis pensamientos inútiles y no me di cuenta. De inmediato corrí la cortina y no tardé ni un segundo en mirarme fijamente en el espejo. Ladeé la cabeza y lo mire de arriba a abajo, examinando cada detalle del vestido. De mi cuerpo.
¿Cuál es mi defecto? Al parecer, que no soy ni un poco regordeta, ni en lo más mínimo. Eso me perforo el cerebro como una bala a quema ropa. Y aunque no me guste ser delgada, con la piel tirando a clara pero de un tono apenas tocado por los rayos del sol, no podía hacer nada para cambiar mi físico, así nací, y así viviré por unos largos años. No me queda de otra.

Negué con la cabeza con esta abajo, y en seguida me quite el hermoso vestido, sin decir palabra alguna. Volviéndome a colocar mis jeans, una camiseta simple sin mangas color crudo para terminar colocándome las botas para invierno y colocándome el suéter. Salí de ese lugar con el vestido en mano.

Burbujas de JabónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora