Relatos de Terror ( Sesshome)

Relatos de Madrugada

(Segundo Relato Parte 1)

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Ella corría bajo la lluvia, sus ojos puestos en diferentes direcciones, buscando aquel rostro que alguna vez conoció pero que hoy en día no recordaba.

__ Dorados__ susurró, aquella joven azabache.

Sus ojos eran dorados, tan dorados como el mismo sol, ese mismo que había decidido abandonarla, dejando de brillar para ella, convirtiendo sus días en un eterno gris, que parecía no tener fin.

Su memoria pérdida, pero con el anhelo de volver a encontrar las piezas que faltaban en aquel rompecabezas que eran fragmentos de un historia vivida, su propia historia olvidada.

__ Necesito recordar! __ Gritó, aterrada llevando sus frágiles manos hacia su cabeza.

Aquellos ojos azules brillando, cual zafiro, en la inmensidad de la noche, buscando alguna pista de ese alguien, esa persona desconocida que solía atormentar sus pensamientos.
Mientras las gotas de lluvia se mezclaban con sus propias lágrimas, que iban recorriendo aquel dulce y joven rostro.

__ Te encontraré, seas quien seas,
lo haré, lo juro __ susurró, apretando sus puños.

Lo que aquella joven ignoraba pérdida en el silencio de la noche, es que aquel murmullo apenas aludible que salió de sus pequeños labios, fue llevado por las ondas del viento hasta desembocar en los oídos de aquel magnífico ser de enigmática y dorada mirada, que se escondía tras las sombras.

-- Se que lo harás -- .... Dijo, con su  característico tono de voz, viendo cómo se alejaba aquella pequeña figura, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

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( Segunda parte)

**Relatos de Madrugada**

__ Quién eres !? __ Gritó, la joven azabache mientras se sujetaba la cabeza .

En su mente pasaban miles de imágenes fugases, borrosas y algunas hasta distorsionadas , pero en casi todas se hacían presentes unos enigmáticos ojos dorados.
Parecían fríos, pero a la vez tan cálidos.
Carentes de sentimientos, pero a la vez tan llenos de algo que no podía descifrar.

La neblina se hacía espesa en la inmensidad de la noche, sus piernas temblaban y sus pies dolían de tanto cansancio.
Las calles desoladas y el frío del invierno intenso que calaba en sus huesos, como miles de dagas atravesando su frágil cuerpo, haciendo que se aferre a ella misma con sus delgados brazos, como buscando algún tipo de consuelo, aquel que nunca llegaría.

Ya no quería correr, ya no quería buscar algo que ni ella misma sabía que era.
Miraba hacia todos lados, sin comprender del todo la situación en la que se econtraba.
Pero con el peso que lleva una persona que se siente observaba siempre, todo el tiempo, a cada maldito instante, ella estaba al punto del colapso.
Sus pies descalzos tocando el suelo congelado, sus vestimentas totalmente blancas, como las del resto de personas catalogadas como ella.
Su jovial rostro que detonaba todo el sufrimiento padecido en aquel lugar de donde ella había logrado escapar.

__ Se que eres real, se que lo eres __ susurró, mientras una lágrima rodaba por su mejilla y solo la luna era testigo de su eterna melancolía que pareciera nunca tener fin.

__ Lo soy __

Kagome llevo sus manos hacia su pecho,  paralizada en su mismo lugar, otra vez aquella voz, pensó.
Esa grave y quizás hasta tenebrosa voz, pero que a ella parecía, lo más verdadero de su vida.