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Jimin tuvo que reñir a ambos alfas para que se movieran del pasillo, porque llegaban tarde. Taehyung y Jungkook estaban demasiado ocupados besándole las mejillas, el pelo y los labios, como para darse cuenta de la noción del tiempo.

—Ya, Kook —murmuró en medio de una leve risa, la nariz del alfa haciéndole cosquillas debajo de su oreja. Taehyung estaba al otro lado, con la cabeza enterrada en su cuello y sujetándolo posesivamente por la cintura.

—Hum —el pelinegro le gruñó bajito, mordiéndole el lóbulo con suavidad—. ¿Por qué no mandamos a hyung y Yoongi-ssi a cuidar a los dos cachorros? Quiero quedarme aquí, en tu habitación.

—Me parece una maravillosa idea —coincidió el otro alfa.

—Hemos prometido que lo haremos nosotros —Jimin intentó persuadirlos, encogiendo sus hombros para deshacerse de ambas naricitas entrometidas. Estaban yendo demasiado lejos con su cuello—. Vamos, estamos en medio del pasillo.

Finalmente, los tres se pusieron en marcha. Jimin dejó que Jungkook tomara su mano y entrelazara sus dedos, mientras Taehyung le rodeaba los hombros y le besaba brevemente la coronilla. Tomaron los ascensores, teniendo que esperar al lado de una pareja de betas que los miraron a los tres con ojos abiertos y cuchichearon por lo bajo.

Al parecer, después de haber publicado en Twitter una foto de ambos alfas, toda la universidad había encontrado sus redes sociales, habían comenzado a seguirlo masivamente y la bola de nieve se había hecho imparable. Era pleno verano, pero todos los grupos de clase estaban activos hablando sobre Kim y Jeon compartiendo un omega, o al menos cortejándolo en equipo.

Se sentía abrumado por la atención. Wheein tuvo razón al decirle que esos dos alfas traían problemas, pero ¿qué iba hacerle? Si estaba encariñado con ellos y, en cierta parte, se enorgullecía de estar con ambos.

O algo así. No era oficial todavía.

Taehyung condujo hasta un vecindario a las afueras de Seúl, cerca a donde Jin tenía su enorme mansión. La tarde era calurosa, como cualquier día de julio, con el sol pegando en lo alto del cielo y ni una sola nube que lo detuviera.

Jimin sabía que los Kim y los Jeon tenían dinero. Ya no solo porque su hijo mayor tuviera un imperio dentro de la industria musical, del modelaje y de la actuación, también por la historia que Taehyung le había contado cuando llevaban pocos días de conocerse.

Sus madres eran dueñas de una marca de moda de lujo.

No le sorprendió para nada cuando Taehyung frenó el coche frente a una enorme verja de cuatro metros, con un elegante patrón de florituras que le recordaban a las de una palacio victoriano. Al otro lado se observaba un enorme patio con arbustos, césped y un pequeño caminito de piedra en el centro, que finalizaba en una fuente frente a la entrada de la casa.

—¿Sí?

—Choi, soy Taehyung —el menor le dijo a un citófono que Jimin ni siquiera lo había visto tocar, por estar demasiado embobado con la casa frente a él.

—Pase, joven.

La verja se comenzó a mover con un sonido estridente. El rubio tragó fuerte cuando el coche avanzó.

Jungkook se giró hacia él desde el asiento del copiloto, sonriéndole con tranquilidad.

—Los tíos van a adorarte, Jimin —le dijo—. No mencionaremos nada, ¿okay? No queremos ponerte en una situación incómoda.

—Esperaremos a tener una cita de verdad para que tomes una decisión —añadió Tae, echándole una miradita desde el espejo retrovisor—. ¿Lo prefieres así?

Donde Caben Dos, Caben TresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora