Había una vez en Salem

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Salem, Massachusetts 1689 Universo número uno.

Ahí estaba yo, corriendo por mi vida y por la de una pequeña criatura que elegí salvar de la muerte o algo peor. No era la más apasionada del aquelarre, pero mi madre me obligó a esas practicas y se convirtieron en todo lo que soy. Mi mente era aún inocente, no podía procesar toda la crueldad a la que fui expuesta desde niña. Seguramente en un momento explotaría y mi alma se corrompería con todo ese veneno. Quizás  ese día ya pasó y no me he dado cuenta de lo que me he transformado. En Agatha Harkness.

Acababan de asesinar a la bruja más respetada y odiada del aquelarre. Las mismas hermanas la enjuiciaron por cometer uno de los peores sacrilegios dentro del código de los usuarios de magia negra. Enamorarse, enamorarse de un usuario de magia blanca. Un hechicero, el único capaz de curar y salvar todas esas vidas que envenenábamos para nuestros oscuros fines. Nuestras maldiciones nunca eran suficientes contra sus brebajes. En sus manos tenía un don. Podía curar a los enfermos de peste, la fiebre de los niños y el dolor de las mujeres embarazadas sin si quiera tocarlos. Nuestros males esparcidos por esas gentes eran rápidamente contrarrestados por su magia y sus extrañas pociones. Nunca nadie lo vio. Lo único que nos daba seguridad de su existencia eran sus testigos, que lo llamaban Dios, y decían que no era de Salem, ni de América, era del mundo o quizás más. Nadie vio su rostro. Excepto esa desdichada mujer enamorada y yo.

Wanda era la bruja más poderosa del aquelarre, era joven y poco experimentada, pero tenia un don de cuna, y su magia superaba a la de las ancianas. Pudo haber tenido todo a sus pies, pero no tenia control sobre su mente y su corazón. Era muy frágil y apenas entendía como funcionaba su potencial. Esto la llevaba a tener muchas adversarias dentro de las practicantes de magia negra, envidia. Decían que era un poder malgastado en el cuerpo de una joven insulsa. Todas sabían que era diferente, su energía no se veía como la del resto. Cada vez que la invocaba llamaradas color rojo escarlata iluminaban sus ojos. Y así fue como la apodaron.

La bruja escarlata llego a mi, o más bien yo llegué a ella en un atardecer en que recolectaba moras en el bosque, estaba ensimismada en mis pensamientos, tanto que no me dolían los pinchazos de la zarza. Ya no recuerdo que tenia en mente. Solo puedo escuchar esos gritos de dolor de una mujer dando a luz, se oía desesperada, no pude evitar socorrerla. Cuando caí en cuenta de que era Wanda sentí miedo, miedo de morir, pero ella no era así. De ella nació una hermosa niña, la llamó Scarlet, yo le sugerí ese nombre, en honor a su magia. Tenía un par de ojos despiertos color turquesa iguales a los de su padre.

Wanda estaba sola, no tenía familia, supongo que por eso confié en ella y ella en mi

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Wanda estaba sola, no tenía familia, supongo que por eso confié en ella y ella en mi. Desde ese día no nos separamos, fuimos como hermanas. Mantuvimos escondida del mundo a la pequeña Scarlet, pero su madre no podía desaparecer o levantaría sospechas. Nunca le pregunté quien era el padre ni los pormenores, pero ella me quiso contar. Sus voz se quebraba un poco más con cada palabra, y a la vez sus ojos se iluminaban cada vez que pronunciaba su nombre. Si. Yo supe su nombre. No creo que haga falta que les diga cual era.

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