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Desperté con el dolor punzante de la herida abierta. Sintiendo bajo la piel el peso de no haber dormido en dos noches. En mi celular, como sospeché al abrir los ojos y apagar la alarma, no había ni una sola notificación, además de la promoción de Uber Eats que tal vez cobraría cuando se me pasaran las náuseas.

Y si escribí en mis historias de Instagram que no me sentía bien, y que el delirio del sueño comenzaba a tomar parte de mi vida, no lo recuerdo. El pensamiento de ir a urgencias seguía repitiéndose en mi cabeza vagamente, entre tantos otros pensamientos sin coherencia que uno tiene durante la fiebre. Prendí la tele, más de 200 muertos por covid-19. La apagué. Decidí que no saldría de mi casa, ni pasaría a un hospital hasta que fuera seguro.

Hoy me da risa que habiendo tratado de matarme, estaba asustada de la muerte por enfermedad. ¿O era que tenía miedo del tubo en la garganta, del aire falso y de la inmovilidad? Estaba mejor en casa.

Ese día no pensé mucho en Nicolás, más bien, pensé en cosas que él me había hecho recordar sin querer.

Me acordé de cuando pololeaba con la Carolina y ella siempre, sin falta, me preguntaba por WhatsApp en la mañana cómo había dormido. Me acordé de que sus papás ese año me hicieron una torta y me celebraron como si hubiese sido hijo de ellos... Me acordé del Gabriel que siempre me pedía que lo acompañara al cine los miércoles en la tarde.

Y miré de nuevo mi celular vacío, esta vez para apagar también el wifi.

Si le mentí a Nicolás no era porque lo hubiese querido del todo. Una parte mía, más grande de lo que me gustaría admitir, estaba subyugada a la atención que una vez había tenido y que con el pasar de los años, poco a poco, se terminó deshilachando sobre la planicie de mi carácter dócil y poco destacable. Por un lado, estos breves encuentros estaban haciendo que creciera dentro de mí un deseo irrefrenable de salir y gritarle a todo el mundo "Oigan, ¡Mírenme a mí! ¡¿Ven como mi vida sí podía ser diferente?! ¡A mí también me podía pasar algo irreal!"

"Real...". Pensé analizando la herida pegada a la gasa. "Esto que estoy viviendo es real y es a mí a quien le está pasando, a nadie más".

Me pregunté, muy seriamente, cómo había sido hasta ese momento la vida de Nicolás, y noté horrorizado que mucho del sueño se estaba desvaneciendo de mi memoria, y que volvía a sentirme profundamente cansado. En el departamento de al lado, un niño lloraba mientras sus padres peleaban sobre algo que no podía escuchar.

A pesar de la herida que me afiebraba ―más por espanto que por gravedad―, entendí que yo no creía que toda la experiencia fuera totalmente cierta. Me pasaba mucho, estar plenamente seguro de una cosa, para al segundo siguiente dudar.

"Si me llegara justo ahora un mensaje ¿De quién me gustaría que fuera? Probablemente de Gabriel, que hace años que no lo veo...".

Me vi jugando en el patio del colegio a la pelota, con la camisa pegada de sudor en el pecho, replicando la sonrisa suya al celebrar el gol recién anotado. Entonces estaba de nuevo en la sala de la universidad, medio dormido, escuchando a la Caro cantar de memoria la materia sobre el mesón alejado de la pizarra, cerré los ojos un momento y el salón se hizo oficina y la oficina mi habitación y la habitación mi celular.

Desbloqueé el teléfono y reactivé el internet. Busqué, sin demasiado ánimo, información de Chile en el siglo XIX, solo para entender que entre 1818 y 1890 había un mundo completo de diferencia. En ese momento no tenía ni la más remota idea de cuál era el año en el que vivía Nicolás.

Esa tarde me forcé a comer tallarines blancos, para luego sentarme por horas frente al computador en busca de una tipografía adecuada para esa puta cajetilla de cigarros, que debía ojalá, atraer a jóvenes a pesar de la inmensa fotografía del pulmón de un muerto de cáncer en la parte delantera*. Total, trabajo era el regalo de no pensar que, incluso perdiendo el día, el dolor no se iría de mi pecho hasta caer en la inconsciencia.

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En Chile todas las cajetillas de cigarro deben tener como advertencia una foto de las consecuencias de fumar, lo que se traduce en en que siempre que alguien desea hacerlo, debe mirar de frente cómo acción repercutirá en su cuerpo. También es ilegal hacer publicidad a marcas de tabaco.

Mi nombre fue NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora