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Sé perfectamente lo que soñé esa noche... El campo se extendía frente a mí como infinito en el más tierno de los veranos, el pelo se me movía al viento, y cantaba con ella ¡Fuertísimo! Nadie nos escuchaba... Teníamos doce años.

Pero desperté, solo. No entraba el viento helado, y yo no cantaba, ni me reía, ni lloraba, ni gritaba el nombre muerto. Nadie me escuchaba... Tenía recién cumplidos los veinticuatro.

Cuando soñaba con ella me gustaba no despertar. Intenté dormir un poco más, solo un poco y vi una flor vilmente arrancada del tallo que fuera su cuerpo, vi las manos pequeñas alcanzar el cielo, los juegos, el silencio... Mi primer poema... Mi primer llanto.

Mi habitación, la luz de la mañana recién viva.

"Debe ser porque hoy debo ver a la Ana". Reflexioné. El pecho se me quebraba al inhalar y solamente me sentía más tranquilo, más lejos de la vida, al aguantar, por momentos, la respiración.

Volví a cerrar los ojos.

Ahí estaba de nuevo la flor, la regaban sangre y agua. Y sus dedos blancos... blancos... blancos, fríos, los labios rotos, incoloros... Los ojos cerrados y las manos aferrando sin voluntad el tallo cercenado.

...

Las discrepancias entre las visiones políticas de mi padre y yo eran motivo de constantes y acaloradas disputas, de las cuales hoy me avergüenzo. Un día y una noche habían transcurrido desde el primer encuentro con lo que yo hube denominado "El fantasma", sin embargo, dado a la naturaleza febril del sueño y la terrible presión a la que me vi sometido durante la cena familiar, llegué a pensar que su imagen había sido solo una ilusión. Por eso cuando entré furioso a la habitación me creí sin compañía.

―Viejo de mierda ―dije al acercarme a la ventana. El atardecer acababa de morir, el cielo mantenía un aire de luz que no era ni luna ni día.

Si hubiera prestado más atención a mi alrededor, habría notado una triste silueta junto al armario o que la puerta se estaba abriendo, pero estaba molesto y no podía sino mirar a través del cristal las hojas caídas del otoño. Nada más Dios sabe lo frustrante que era sentarme y pretender que me interesaba escuchar sobre el primo que sí trabaja, el tío en Europa, y el odio desbordante de mi padre hacia el presidente Balmaceda, durante las comidas en familia.

―No tenías por qué irte corriendo así ―una voz familiar, dulce―. Eres muy duro con tu padre...

Abandoné la ventana para llegar hasta su rostro. Era bella, de eso no cabía duda; sin embargo, no terminaba de agradarme... ¿Era porque ambas se parecían demasiado?

―Es indecoroso que entres aquí sin acompañantes.

―¿Indecoroso? ―rio―. ¿Desde cuándo es tipo de cosas te interesan?

―Desde ahora ―le indiqué la salida―. ¿Podrías dejarme solo? Lamento que la cena haya acabado de esta forma, mas, realmente no preciso de nadie, además de mí mismo en este momento.

―¿Deseas llorar tranquilo? ―bromeó. No me hizo gracia―. ¿Esto es lo que tendré que vivir cada día cuando venga a vivir con ustedes?, ¿Peleas y más peleas?

―No... Cuando nos casemos, Ana, será diferente porque ahí tendrás la obligación de frenarme antes de que empiece a hablar ―creo que fui irónico, no estoy seguro. De cualquier forma ella sonrió.

Caminó hasta mí para tratar de acariciar mi cabello, de besarme. No le permití poner un dedo sobre mí, su rostro enrojeció.

―Nos vemos el domingo en la iglesia ―susurró y partió por donde había llegado.

Me senté en la cama poniendo sobre mi cabeza ambas manos. Ana no tenía la culpa de no agradarme, y saberlo con tanta certeza me hacía parecer, en mi propia mente, la peor de las personas. Era una joven inteligente, alegre y educada... El problema era yo.

―Relacionarse con otros humanos es difícil, eso es lo que tiene de bueno la cuarentena, que no vemos a nadie... ―al oír la voz tuve un breve sobresalto―. Oh, ¿te asusté?

Corrí hasta mi armario y en la oscuridad busqué por el fantasma que esperaba. Cuando lo enfrenté, una alegría dulce y pura me recorrió el cuerpo, era la alegría de la infancia, esa que nace en la fantasía y cobra vida en la imaginación.

―¡Eras real! ―traté de agarrarlo de uno de los brazos―. ¡No te soñé! ¡Estás acá! ―grité riendo.

―Claro que soy real. Resultó ser que estoy vivo, pero gracias a ti casi me desangro, *aweonao.

―¿Cómo vas a estar vivo? ¡Eres casi transparente y apareces de la nada!

―¿Por qué estás tan contento de imaginarme muerto?

―¿"Por qué"? ¿Cuánta gente tiene la oportunidad de hablar con un fantasma? ¡Esto parece sacado de un cuento! ―puede que no haya sido la más respetuosa de las respuestas.

―Lo siento, estoy vivo y parece ser que este escenario no es parte de mi mente, ni de la tuya ―caminó hasta la ventana, trató de asomarse para ver el patio―. Mira, ya caché más o menos qué pasa...

―¿Qué es "caché"? ―interrumpí.

―Ya entendí lo que pasa ―corrigió―. No hay forma de que no suene raro, así que te lo voy a decir: creo que cuando duermo viajo en el tiempo, y pienso que debe estar relacionado contigo.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------*Aweonao: Tonto o estúpido. Derivado de "weón", que es una deformación de "huevón", que probablemente hace referencia a los "toros huevones", sementales que no se usaban para trabajos. 

Mi nombre fue NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora