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―¡Nicolás! ―alcé en vano la voz. Me buscaba con la mirada sin encontrarme.

Al cabo de unos segundos, vi como la desilusión se fue apoderando de su alma, dejándolo abandonado en el centro de su habitación.

"¿Me veré así yo también?", pensé de pronto "¿Solo, en medio de las cosas que deberían traerme felicidad? A lo mejor esa es toda la conexión que ambos tenemos, la soledad voluntaria del que se cree artista".

―Cuando era chico ―musité cerca de él―. Bueno, no tan chico... Cuando tenía como dieciocho, estaba convencido de que mis dibujos eran especiales, y me peleé muy mal con mi papá para poder estudiar la carrera que quería en la universidad. Pero fueron pasando los años, y el tomar el lápiz se fue convirtiendo en una obligación de la que no sabía cómo desapegarme.

Interrumpí mi narración al ver que Nicolás se sentaba en su silla, para agarrar la pluma delicadamente entre los dedos de su mano derecha, como jugando. No pude decir ni una sola palabra, sumiendo la habitación en el eterno silencio que se encuentra entre un segundo y otro.

―... Al final, encontré trabajo, y no me iba mal, pero nunca volví a disfrutar de dibujar, no así como lo hacía cuando era un estudiante y lo peor de todo, es que ese era uno de mis más grandes miedos, uno que estoy seguro de que tú, Nicolás, eres capaz de entender ―descubrí sus ojos llenos de expresión volcarse sobre la hoja en blanco luego de apuñalar al tintero con el metal de su voz―. Estos días en los que no he podido verte, he comenzado a recordar esa sensación, la de perder algo que se suponía debía estar la vida entera. Ahora ya no me ves, y nuevamente me enfrento con las manos vacías, sin ningún arma más que el olvido, a la pérdida. Mi papá... se murió hace unos días... se murió, estuvimos peleados por años por culpa de un sueño que no fui capaz de cumplir, Nicolás, creo que esto es todo lo que me queda...

Al decir su nombre bajé la vista hacia el suelo y guardé mis pensamientos una vez más por un buen tiempo. De repente, el lápiz cayó inerte, las manos de Nicolás recorrieron el escritorio en busca de algo desconocido.

―Nicolás, ¿Qué haré si ya no puedo volver acá? Escucharte hablar, protestar, pelear y reír es probablemente lo que más anhelo al despertar; necesito volver, necesito saber qué piensan tus manos al tomar la pluma. Verte me hace recordar lo que deseaba ser, y poder tocar un fragmento de ese sueño otra vez... es más de lo que podría haber imaginado. Te admiro, me encantaría estar aquí, para verte triunfar, para contarte qué debes esquivar a futuro, para... para que no termines inserto en la soledad, en la pérdida de rumbo que los creativos encuentran al verse a sí mismos convertidos en la sociedad contra la que se rebelaban.

Me acercaba con mis palabras peligrosamente a aquello que aún no me confesaba a mí mismo. Me acercaba, pero me detenía justo antes de llegar, porque si existía la remota posibilidad de que me oyera, entonces peligraría también mi vida en ese lugar. Después de todo, las mentes, por más jóvenes que sean, suelen llevar impreso el dogma moral de sus épocas.

El bullicio de su torpeza se detuvo, en sus manos sostenía un libro de escasas páginas. Me imaginé que lo utilizaba como fuente de inspiración, una de esas lecturas que le eran herramientas a la misma vez que competencias futuras. Lo abrió tiernamente y mirando hacia el lugar en el que estaba recitó:

"—¿Qué ves a tus plantas?

—Un profundo abismo.

—¿Tiemblas? —Tengo miedo...

—¡Ese es el olvido!"

Cerró el libro y sus ojos, vueltos a la soledad inicial, se llenaron de una capa fina de luz, a la que no le siguió nada. Su voz, en cambio, se convirtió en un eco del que me fue imposible escapar durante días "¡Ese es el olvido!", me decía cada vez que encontraba la visita inesperada de mi padre dentro de la casa.

―Creo ―murmuré luego de un tiempo―, que incluso si no oyes mis palabras ni sientes de cerca mi presencia,  me voy a quedar aquí. Aunque lo único que quede de ti en esta casa sea el recuerdo tras la ventana, creo que me quedaré con la esperanza de que me vuelvas a escuchar. En el abismo bajo el que se esconde el olvido, justo ahí me quedaré.

Mi nombre fue NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora