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Pronto lo que antes habíame dado la ilusión del calor vivo, era el vacío tremendo de un alma ausente. Solo quedaba el papel sobre el piso, abandonado por la fuerza de sus manos. Supe que no podría hacer más que rogar por que no olvidara mis palabras. 

Fue una noche larga. Había sido un día largo. Recordar la pelea que tuve con Antonio me devolvía toda la energía de la rabia al cuerpo y me alejaba de la conciliación del sueño, sin embargo, sin saber por qué la forma en la que se había ido Martín me llenaba a su vez de una indecible tristeza que me impedía el movimiento. Y entre esas tribulaciones pasé mi noche sin imaginar agarrar el lápiz para hilar los sentires que me mataban. 

Fingí estar enfermo al día siguiente, aprovechando el cariño que mi jefe me dedicaba. Quise sentirme mal por la mentira, pero fui incapaz de ello, mi mente estaba ocupada por pensamientos más espesos que la versatilidad de la moral. 

No moví la hoja regalada, quise dejarla en su lugar hasta que Martín volviera. Quería verle de inmediato y mi incapacidad para hacerlo alimentaba la molestia que llevaba días acumulándose. 
Lo único que ese día calmó la desesperación de mi alma fueron las nubes que recorrían el cielo como suaves trozos de seda; esa visión me llevó de vuelta a la infancia, cuando todavía admiraba a mi madre y respetaba religiosamente a mi padre, cuando sabía sin ninguna duda que el futuro por ellos dictado salvaría mi integridad, esos dulces momentos en los que los versos sin métrica fluían en forma de balbuceos amorosos a la familia. 

Quemé el tiempo leyendo periódicos salidos el día sábado. Varios de ellos contenían caricaturas que reflejaban  mejor que las elaboradas palabras de los periodistas, la esencia de la política nacional. Dos bandos se estaban acomodando, el presidente Balmaceda perdía adeptos cada día, y las divisiones de un lado y del otro comenzaban ya a tentar la violencia, yo mismo me hallaba encerrado en un fanatismo que hoy me avergüenza, no era diferente de mi padre, que creía en el parlamento tanto como en la iglesia. Caer en los extremos se hace sencillo cuando los medios se colocan a dos lados opuestos y sus líneas editoriales se vuelven absolutistas… 

Fue un día en el que sentí mucho e hice poco, esa es la verdad. Ha de ser por eso que lo recuerdo tan bien, estuve echado en mi habitación en lugar de leer el libro que se hallaba sobre mi escritorio, esa muestra del dolor, del agradecimiento, de la admiración compilada en unas cuantas hojas dedicadas a un joven muerto cuyo recuerdo inspira aún mi curiosidad… En fin, nada leí, nada escribí, nada hice salvo comprender al cielo como un cuerpo cubierto y sentir que el aire helado se hacía hilo bajo mi piel, mientras esperaba una llegada que no apareció. Martín no volvió esa noche, ni a la siguiente, ni la que vino a esa, y mi mundo poco a poco comenzó con ello a decaer. Tanto me había acostumbrado a la presencia del puro entendimiento, que una vez me fue arrebatado, comprendí que no viviría sin volverlo a tener, necesitaba de su amistad sin juicios y de sus palabras inocentes de envidia para afirmar mi mundo revuelto.

Mi nombre fue NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora