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Cuando me siento  sobre el suelo, me gusta concentrarme en la vibración de la madera al momento en las personas caminan dentro de la casa. Eso era algo que solía hacer con ella durante esos largos veranos de infancia, en los que el aburrimiento amenazaba en cada esquina; el juego era simple, debíamos adivinar a quién pertenecían las pisadas sin ver a la persona... Nunca pude sentir las pisadas de Martín, su cuerpo no tiene contacto real con mi entorno, por lo que incluso si él cruzase la puerta tras mi espalda y caminara hacia mí, sería incapaz de saberlo. Desearía que eso ocurriera, sin embargo, el hombre que está a punto de pasar por el umbral es un superior que me forzara a tomar armas para partir a las seis de la mañana, así como me forzaron la noche anterior a volver a mi puesto mientras trataba de desertar.

Hubo momentos en los que estuve molesto con Martín por no advertirme a tiempo de la guerra, ahora estoy molesto conmigo mismo por no haberle pedido que revisara el año de mi muerte. Me gusta imaginar que aparecerá y podremos hablar, pero no estoy en mi habitación, y tampoco me hallo en Santiago. Quiero volver, tengo un mal presentimiento sobre Placilla. Siento que esta noche estoy esperando mi muerte bajo las detonaciones de mis recuerdos.

Creo que fue el día en el que me hablaba sobre sus máquinas de escribir... Fue esa tarde en la que insistí en que guardara un poema dedicado a él. Ninguno de los dos comprendió su significado en el momento, pero cada vez cobran más sentido las palabras que escribí.

Recargar el fusil demora. Hay que saber usar la bayoneta y el sable para abrirse paso entre las filas. La sangre salta cuando uno desentierra el arma... No me gusta, porque al mirarles los ojos los veo como los míos y me arrepiento tanto, tanto... Y debo marcharme y seguir adelante, porque ellos habrían hecho lo mismo conmigo. Cuando les perforo el pecho me parece que les siento el corazón parando dentro del mío, sé que me muero con ellos cada vez. Lo hago por una causa justa, me digo, mientras me veo a veces enfrentado a niños.

El poema lo había hecho casi dormido, sabía que era para él y deseaba enormemente que lo tuviera, que en su tiempo pudiera recordar el pasado en el que yo estaba vivo. Me parecía injusto incluso, Martín debía tener miles de cosas interesantes en el futuro y pensaba que poco o nada recordaba de nuestros encuentros al despertar. Necesitaba tener la certeza de que algo de mi vida podría aparecerse, como un fantasma, como una sombra, en el milenio que no podría conocer. En parte, creo, buscaba vivir a través de él, soy y fui un egoísta.

―Ya sé cómo podrá usted hacerse con la hoja! ―recuerdo decirle entusiasmado, mientras él, algo cohibido y seguro de que había hablado demasiado, me miraba con muda curiosidad―. Si resulta ser que no puede llevarla consigo, yo podría enterrarla y usted buscarla en su siglo, como un juego.

Su rostro pronto se tornó ensombrecido por pensamientos que no pude adivinar. Vi sus ojeras más marcadas en sus facciones aún juveniles y percibí en su parpadeo la pesadumbre del luto.

―Quizás no pueda hacerlo ―me contestó tratando de ocultar sus emociones―. Hay algo que no te he contado de mi tiempo... No tengo permitido salir de casa.

―¿A qué te refieres con eso?

―Hay una pandemia y es bastante grave. No podemos salir libremente como medida para disminuir los contagios y la carga hospitalaria ¿Ves como sí he mentido?

Mi nombre fue NicolásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora