Capítulo 9: La vicepresidenta

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El sol salía, anunciando así un nuevo día, iniciando en casi todos los hogares la monótona rutina de alistarse, comer, despedirse de la familia, si es que tienes, e irte al trabajo o al instituto.

Él también iniciaba su día así, se daba una ducha de agua fría para despertarse más rápido y estar energético, se cepillaba, tomaba un vaso de agua al clima, buscaba su ropa y se vestía para poder marcharse a su trabajo.

Sacaba sus prendas ya planchadas y perfectamente dobladas de su armario y se vestía; eligió su traje gris, uno de los tres que tenía y que debía comprar uno nuevo pronto, sus zapatos de siempre, no muy caros, pero con el aspecto elegante que debía tener como secretario. Peinaba su cabello, lo sujetaba en una coleta y arreglaba su flequillo para que no le estorbara la visión.

Luego tomaba su maletín con todo ya preparado la noche anterior, le daba un último vistazo, salía de casa, y como vivía solo no tenía que despedirse de nadie, aunque a veces eso le hacía sentir un poco solitario.

Tomó un taxi y llegó, como todos los días, media hora antes al trabajo.

Entró al edificio saludando a los demás empleados y rápidamente subió al ascensor para luego pulsar el número del piso al que deseaba llegar.

En el camino, algunas personas subieron con él, bajaban y volvían a subir, dependiendo de donde se abrieran las puertas, hasta que finalmente llegó a la parte más alta.

Salió y le sonrió a todo aquel que lo saludaba, a pesar de ser las siete y algo de la mañana, todo el edificio bullía de actividad, la gente se movía de aquí para allá, imprimían copias de documentos importantes, escribían proyectos y se esforzaban por que todo les saliera impecable.

Porque nadie quería cometer errores, todos temían a un despido, ya que la mayoría sobrevivía gracias a este trabajo.

Incluido él.

Como la amenaza del tifón los hizo permanecer en casa por dos días, ahora había una montaña de trabajo acumulada y todos parecían estresados por eso.

Pero quien los culparía.

Él también sentía lo mismo. Dos reuniones atrasadas, una conferencia, los informes de los contadores no llegaron a tiempo, y las revisiones a las fábricas debían ser inmediatas para saber si los daños no fueron muchos.

Dio un suspiró, sacó de su maletín sus implementos de trabajo, encendió la computadora y después de unos segundos en los que aclaró su voz, empezó a elaborar llamadas y a tomar notas.

Debía confirmar la agenda de su jefe mientras esperaba su llegada.

Tan solo rogaba al cielo que nada fuera incomodo entre los dos.

Las cosas sucedidas ese día de tormenta aun lo perseguían, era difícil olvidarlo, el hombre besaba increíblemente bien y su cuerpo era muy cálido, ¿Quién podría olvidar algo como eso tan fácilmente?

A veces lo piensa, toca sus labios y revive el proceso delicioso y lento de los besos ajenos, hasta que siente cosquillas en cierta zona por culpa del recuerdo de su lengua junto a la ajena.

Hace meses que no experimentaba un beso de lengua, y menos uno tan caliente y delicioso como el vivido.

Pero claramente sabía lo que sucedería. Itachi era un hombre casado, y además era su jefe, dos cosas que lo hacían inalcanzable para él, aun así habían sido tentados, pero estaba seguro que el mayor había reflexionado bien aquello, imaginaba que, como era obvio, no querría arriesgar su matrimonio y menos por un hombre, y él tampoco deseaba ser el tercero en discordia de nada, engañar no era algo que viera como bueno, era doloroso y lastimaba demasiado.

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