Capítulo 20: Charlas

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Sus ojos permanecían fijos en los ventanales. La luz del sol que iluminaba la mayoría de días, hoy no estaba presente, las nubes eran oscuras al igual que el cielo, y las gotas de lluvia eran suaves pero constantes, golpeaban los cristales que fungían como ventanal y se deslizaban perezosas por el vidrio.

No había truenos fuertes, ni relámpagos tampoco, solo la lluvia que caía con una suavidad relajante y reconfortante.

Hacia frío, pero él mantenía su aire acondicionado encendido, sin deseos de prender la calefacción ni hacer esas nimiedades que lo harían sentir más cómodo. Ni siquiera llevaba la americana puesta, pues su traje solo constaba de pantalón, camisa y corbata, y el saco estaba sobre un perchero, y no tenía ganas de ir a buscarlo.

Si tuviera que decir que le apetecía en ese preciso momento, diría que sentir unas manos tibias recorriendo sus brazos y su pecho, y un cuerpo cálido abrigándose con el suyo.

Eso quizás, sea lo único capaz de quitarle el frío.

Giró su silla y observó su escritorio con su computadora encendida y cinco carpetas amarillas que había revisado hace unos quince minutos aproximadamente. Movió su mano y alcanzó lo más importante que había sobre la mesa y volvió a girar la silla, quedando nuevamente con la vista hacia el ventanal y dándole la espalda a su escritorio.

Miró la fotografía y una sonrisa se asomó en sus labios. Pasó uno de sus dedos por la fotografía, y con la yema de este acarició el rostro de su madre y luego el de su hermano menor.

Los extrañaba demasiado, incluso cuando estuvo en Francia estuvo tentado a ir a Inglaterra a visitar a su madre y a su hermano, pero se abstuvo, primero que todo porque era un viaje con fines laborales no vacacionales y segundo, porque si su madre lo veía junto a Deidara, sabría todo sin que él siquiera se lo dijera, sabría que se siente culpable, sabría que fue infiel, notaria la fuerte atracción entre los dos y se lo preguntaría sin ninguna cortedad.

Y a su madre, él nunca le ha sabido mentir.

Aunque, en aquel entonces su madre podría dejarlo desarmado, ahora no sucedería, si ella notaba algo como eso, que lo hiciera, él no trataría de ocultárselo nunca.

Porque ya había tomado la decisión más importante.

Era algo tan obvio, tan claro, pero que él no había sido capaz de notar por sí solo, pero el día anterior fue suficientemente esclarecedor para él.

Después de lo vivido el día anterior, salió de su oficina y se dirigió al consultorio de un amigo suyo, un poco mayor, pero también lo conocía desde la época universitaria, aunque fue más amigo de Kakashi que suyo, pero charlaron en muchas ocasiones y se conocían un poco.

Pero había ido hacia él, porque sabía que era alguien amable pero veraz y eso era algo que él necesitaba, alguien que pudiera ponerse en sus zapatos, pero que le hiciera esclarecerse a sí mismo y descubrir lo que verdaderamente siente y necesita.

*****

A su nariz no llegaba ningún olor en específico, todo se mantenía en silencio y tranquilo. La decoración del lugar era neutra y no poseía cosas muy coloridas, todo era mayormente una mezcla entre colores tierra y pastel. Una mesita de madera redonda se encontraba a mitad de la habitación, a su lado un sofá de color gris con almohadones blancos y negros, un sillón ocupaba el lugar al otro extremo de la mesa, el cual quedaba frente a frente con el sofá.

La puerta por la que había entrado era blanca, al igual que las luces que iluminaban la habitación y la alfombra color marrón claro.

Itachi se acomodó en el sofá y miró al hombre frente a él, el cual permanecía cómodamente sentado en el sillón y le sonreía amablemente, en su mano izquierda tenía una libreta de tamaño mediano, color café y un bolígrafo en la otra.

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