Capítulo 26: Casi seis

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Hacía frío, los meses invernales estaban a la vuelta de la esquina y ya era habitual tener que salir con abrigo y bufanda, también con zapatos que te cubrieran bien los pies.

Las hojas de los arboles habían empezado a teñirse de anaranjado, eso significaba que pronto habría hojarascas de colores cálidos, entre amarillos y rojizos por todas partes, y que los niños jugarían con ellas en cuanto tuvieran la oportunidad.

El sol ya no era tan abrazador como lo fue en verano, permitía que se llevara ropa más recatada y cubierta, usar más capas y así poder protegerse de la frescura que helaba los huesos.

Inclusive el agua de las fuentes y estanques estaba fría como si estuviera dentro de la nevera.

-Mira papá, una ardilla – señaló el pequeño con una sonrisa brillante en la cara – hace días vi en televisión que las ardillas tienen mala memoria. Entierran las nueces y luego se les olvida donde las dejaron, pero eso es bueno porque así crecen arboles de…nueces.

-Nogales – le explicó el adulto – los árboles que dan nueces se llaman nogales.

-¡Eso! – dijo con una sonrisa.

El niño le brindó una sonrisa al adulto, el cual le correspondió con dulzura para luego revolverle el cabello con su mano izquierda.

Sus pasos siguieron, cada uno al lado del otro, tomados de la mano, mientras el pequeño curioseaba todo lo que podía, preguntaba por cosas que no conocía, es decir que era la primera vez que veía, o simplemente decía alguna cosa que recordó por algún objeto que acababa de ver.

El adulto miraba su teléfono, observando la dirección a la iban, miraban a todas partes y de vez en cuando le preguntaba a alguna persona.

Después de varios minutos, el hombre sintió como su pequeño niño se quedaba parado, estaba respirando con un poco de dificultad, entonces alzó la cabeza y miró a su progenitor.

-Papi – le habló – estoy cansado de caminar. ¿Podemos descansar un minuto?

-Claro que sí – aseguró y miró a ambos lados, buscando un buen lugar – ¿Qué te parece si nos tomamos un chocolate caliente?

-¡¿Con malvaviscos?! – preguntó entusiasmado.

-Si hay malvaviscos, les pediremos que nos den – habló el hombre mayor.

Él se agachó ligeramente y tomó en brazos a su hijo, levantándolo del suelo y sujetándolo con fuerza. El pequeño enseguida se acurrucó contra el pecho de su padre y entraron juntos al pequeño sitio, era un café bastante acogedor, y lo mejor de todo era que tenía calefacción.

Ambos ordenaron un chocolate caliente con malvaviscos, crema batida y un chorro de chocolate amargo por encima.

Era el favorito de los dos.

Se sentaron uno al lado del otro, y el pequeño fue el primero en llevarse la taza a la boca, haciéndose un bigote de crema.

-¡Está muy rico! – celebró con felicidad pasándose la lengua por el labio superior para quitarse los restos de crema.

Itachi negó con suavidad y tomó una servilleta para limpiar la boca de su pequeño el cual rió dulcemente al sentir como le limpiaba. Después de unos minutos el chocolate se había acabado y el jovencito apretaba sus piernas con algo de nerviosismo.

-¿Necesitas ir al baño? – le preguntó Itachi nada más notar el estado del niño el cual asintió.

Itachi acompañó a su hijo al baño, y luego de eso, pagaron sus bebidas y se fueron del lugar.

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