CAPÍTULO 5: El encuentro

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     La puerta sonó nuevamente, no quiso atender, pero ésta volvió a sonar y no tuvo otra opción que ir.

     —¡Ya! —gritó, conocía esa insistencia, apostaría a que era su prima que se había olvidado alguna cosa, pero no, en su puerta estaba él, un joven castaño de ojos mieles, el chico de su video— ¡Adiós! —exclamó para luego cerrar la puerta, no sabía que hacer, <<Se suponía que el chico del video debería quedarse ahí ¡En el maldito video!>> Le decía su conciencia.

     —¡Espera! Por favor... —habló detrás de la puerta— Mariam...

     —Vete, vete Cohello, ya vino alguien en tu representación, no sé quienes son o qué quieres, pero vete.

     —Ábreme, hablemos cara a cara, por favor... Mi intención no es hacerte daño... Mariam...

     —Aguarda... —abriendo nuevamente la puerta— ¿Cómo tú y ese sujeto me localizaron? ¿De dónde saben mi nombre?

     —Sabes mi apellido.

     —Sales en las noticias, soy culta.

     —Está bien, está bien, te vi el día de la pelea, vi que me estabas filmando...

     —No a ti —interrumpió.

     —Es lo mismo, lo importante es que en tu móvil está mi pase a la libertad, lo sé, sé que suena extraño, pero es la más pura verdad, mi tío te contactó dado que al verme metido en semejante embrollo logré recordarte, él tiene sus contactos y con un gran seguimiento te halló.

     —No lo sé... No es tan sencillo como lo ves, tengo una familia, mi madre, mi padre... No puedo permitir que algo les suceda, conozco estás cosas, cuando el testigo habla luego le sucede algo a él o a su familia, no quiero eso.

     —No tienes por qué preocuparte, nunca diré que fuiste tú.

     —¿Y a quién culparás?

     —No es culpar, sólo diré que no tienes nada que ver, eres inocente, mi tío dirá que otra mujer con otro nombre fue, o quizás no haya falta siquiera dar nombres, con esto me basta.

     —Espérame aquí —ingresado a la casa.

     —Mariam ¿Qué le ocurrió a tu pie?

     —Nada —regresando a lo suyo—, aquí tienes —tendiéndole un pendrive—, aquí está todo lo que necesitas.

     —Gracias —tomándolo—, Mariam ¿Segura qué no quieres que vayamos a un hospital?

     —No, no lo preciso, ya... Adiós.

     —Adiós.


     —¡Tío! —exclamó Zack saltando al sofá.

     —¿Intentas matarme? Mi corazón no resiste sustos a mi edad.

     —Vamos, tienes treinta y cinco años, aún eres joven.

     —Sonará extraño, preocúpate cuando llegues a mi edad.

     —¿Por qué?

     —Llevo treinta y cinco años de vida y nunca fui feliz.





El color de tu sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora