CAPÍTULO 10: Residencia Cohello

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     Sus manos temblaban, sentía mucho frío y hambre, pero al llegar a la cabina:

     —Buenas noches, yo...

     —No.

     —Pero...

     —No insista, estamos de huelga, por dos días, no hay boletos a ningún sitio.

     —Por favor... Lo necesito...

     —No, lo siento, deberá ser otro día.

     Sin más que decir el sujeto le cerró la ventanilla en la cara.

     Siguió caminando ya más cansada que antes, hasta sentarse en el tronco de un árbol.

     Recostó su cabeza entre sus rodillas y comenzó a llorar, se sentía muy sola, más la impotencia la carcomía por dentro, ella era la que debía huir, cuando era la inocente.

     Poco a poco sus párpados fueron cayendo hasta quedar profundamente dormida.


     Comenzó a removerse sintiéndose muy cómoda y calentita, abrió sus ojos encontrándose en una cama acolchada, una habitación de paredes naranjas y una ventana.

     En ese instante una mujer ingresó a la habitación con una bandeja:

     —Veo que despertaste.

     —¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?

     —Morgan, Anabeth Morgan, soy el ama de llaves de aquí.

     —¿De... ¿Dónde? Creo... Creo que es mejor que me vaya.

     —No, tengo órdenes de no dejarte ir, ten —tendiéndole la bandeja—, es tu desayuno.

     —¿Me puede decir dónde estoy?

     —En la residencia Cohello, anda, come...

     —Gracias —la mujer se fue muy lentamente—, Zack... —susurró.


     En otro sitio de la propiedad: 

     —Repítemelo de nuevo porque no comprendo.

     —Tío es sencillo, en la noche vi a Mariam muy asustada por las calles, la detuve y le pregunté que era lo que sucedía o si estaba bien, pero nada, no quería responderme, ni bien me vio se asustó, luego me reconoció y se fue, entonces la seguí, me era muy extraño que estuviese en plena noche sola en las calles y con un bolso.

     —Y la secuestraste —afirmó

     —No, sólo la traje aquí.

     —Pero ella no lo sabe.

     —Estaba dormida, ¿Qué querías qué hiciera? ¿Qué la dejara sola, en medio del frío y completamente desamparada?

     —No, pero no tenías que traerla.

     —Tío...

     —Zack comprende, ya estás metido en demasiados problemas como para ahora tomar uno nuevo.

     —Ella no es un problema, ¿Desde cuándo está mal visto ayudar?

     —Zack, no lo voy a repetir dos veces, desásete de esa muchacha.

     —No, no lo haré, gracias a ella es que conseguí la filmación, me la envió Dios.

     —Esto es el colmo.

     —Si no es como digo, dime, ¿Qué hacía ella en ese momento justo ahí? 

     —No comprendo a qué quieres llegar.

     —A que se quede aquí, esta es mi casa.

     —Es casa de tu madre, no tuya.

     —Perfecto entonces, sólo diré una cosa, ella se queda —subiendo las escaleras.

El color de tu sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora