Capítulo 5: Confesión precoz

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Mayo

Zhao Luan

     Casi finalizaba marzo cuando me acosté con Adám por primera vez, recuerdo que tuve un desgarre anal que tardó seis días en dejar de dolerme. No me arrepentía de nada, es más, durante esa semana anduve volando por toda la empresa con la cabeza metida entre las nubes y solo descendía cuando algún mal movimiento me pegaba un estironcito en el trasero o cuando el grosero de Julen me daba una nalgada para conseguir mi atención. A pesar de que yo pensaba mucho en Adám y de haber intercambiado números, no me atrevía a escribirle, creí que todo había sido cosa de una noche, sin embargo, un mes después, él me envió un mensaje de texto: «Pasemos la noche. Ven a mi casa». Podía considerarse un artista, aunque mi alemán de apellido castellano no era muy romántico que digamos, hice una mueca de desilusión, pero le contesté con una sonrisa: «Esta vez iré en taxi». Ni en un arranque de locura quería subir otra vez en su Betty o como se llamara esa bestia de dos ruedas; por suerte, Julen no tenía grandes proyectos porque logré salir a las tres de la tarde, pasé a mi departamento a darme un baño fugaz y fui directo a su casa en un taxi. Cuando llegué, encontré a Lilah trabajando en el taller, me dio mucha vergüenza y la saludé con timidez.

     —¡Oh! Eres el Tuxedo boy.

     —¿Quién?

     —El hombre del traje de etiqueta.

     —Ah, bueno, no es propiamente un tuxedo, solo ropa formal para el trabajo diario... —El apodo no me gustó en lo absoluto.

     —Como sea, espera. ¡¡ADÁÁÁÁM!! —gritó. Adám rodó desde la parte baja de un auto y se sacó los audífonos de los oídos.

     —¡Luan! ¿Qué haces aquí?

     Estaba usando un overol de mezclilla, tenía manchas de grasa en su rostro, no era ni la sombra del cantante con el que me había ido a la cama la otra noche y aun así me pareció absolutamente sensual.

     —Eh, yo... bueno, acabé antes mi trabajo y creí... mmm, volveré luego. —Aún no podía sentirme en confianza con él, muchos menos cuando irrumpía en su trabajo.

     —No te vayas —me detuvo—. Creí que vendrías por la noche, pero si no te molesta puedes esperar un poco, terminaremos en media hora.

     No me importunaba verlo trabajar, de hecho, fue gratificante. También pude hablar más con Lilah, me dijo que sabía un poco de mandarín así que estuvimos bromeando un poco diciéndole palabras en chino a Adám, reafirmé mi encanto inicial con aquella mujer. Yo estaba tan alegre que terminaron trabajando sin presión por una hora más, no sentí cuando el tiempo pasó y nos cayó la noche dando paso a un clima un poco más frío.

     Una vez que estuvimos solos, Adám me ofreció unas cervezas, mandó a traer wantán frito y arroz cantonés explicando que lo mejor era hacerme sentir como en casa. Se la pasó bromeando con frases tontas de doble sentido diciendo que las cosas chinas eran deliciosas. Un par de veces estuve a punto de atragantarme, no todos los días me hacían cumplidos muchachos tan sexys. Finalmente, se dio un baño mientras lo esperaba en la cama con una creciente ansiedad. Él salió vistiendo nada más que una toalla y me sonrojé con violencia. Haberlo visto trabajar todo ese rato de un modo tan varonil me había dejado con las hormonas revueltas, así que cuando se inclinó para besarme no puse ninguna objeción. Estaba ahí para tener sexo. Yo lo ansiaba y sabía que él lo quería, así que dejamos de perder el tiempo y nos deshicimos de mi ropa. Quitarle a él la toalla, fue lo más delicioso. Pude observar de nuevo su miembro y como si fuera la primera vez, me asombré de su tamaño. Me sorprendía que no me hubiera sangrado el trasero la primera vez que estuvimos juntos. Adám parecía muy consciente de sí mismo ya que se dedicaba a dilatarme más tiempo que la mayoría de las personas con las que me acosté, sentía que al fin mi cuerpo estaba muy listo, pero, aun así, cuando se introdujo juré que me partía en dos, que no lo soportaría, entonces le pedí que saliera.

     —Lo siento, es muy doloroso —me disculpé ante su cara de desilusión. Al menos había salido en cuanto se lo pedí y le agradecía eso. Pensaba adoptar la favorable posición en la que me había penetrado la primera vez, pero él mencionó:

     —Todavía sé cómo hacer otras cosas. —Luego alivió mi ardor con su lengua húmeda y caliente.

     En un par de segundos me tenía gimiendo. Su piercing era bastante estimulante, disfrutaba morder su lóbulo y ver lo mucho que eso lo excitaba (después de un tiempo, cada vez que aparecía en mi trabajo una mujer con aretes similares, recordaba las cosas que me hacía Adám y mi pene se ponía erecto). Al siguiente día me despertó con besos en mi cuello.

     —¿Debes ir a trabajar o puedo quedarme contigo toda la mañana? —Me abrazó como si fuera una almohada. Miré el reloj y solo contaba con media hora para vestirme e ir a la empresa. Fue un martirio levantarme, caminar, ponerme la ropa, etcétera. Cada vez que cerraba los músculos de mi ano, este ardía y dolía como si el pene de Adám hubiera sido una antorcha caliente. Si bien no habíamos tenido más penetraciones, el solo intento me había lastimado como la primera vez.

     —¡Auuuu! —me quejé—, cada vez que estoy contigo me duele mucho el trasero. De seguro tengo al menos tres desgarres anales.

     —¡Pero solo te penetré una vez y salí rápido!

     —Lo sé, fue como lanzarme al vacío desde el Kilimanjaro, no creo que lo vuelva a hacer.

     Vi que bajó su mirada y pensé que tal vez era de esos tipos que se entristecían si alguien hacía una crítica a su manera de follar, recordé que al fin y al cabo era un joven de veinte años que insistía en cantar cuando su verdadero talento estaba en la mecánica y, por primera vez, me sentí superior que él.

     —¡Hey! —le dije acercándome para picar su mejilla, juguetonamente.

     —O sea que te arrepientes...

     —No quise que sonara así.

     —¿No volverás?

     —Lo haré si me invitas.

     —¡Mientes!

     —¡Claro que no! —aseguré sentándome en su regazo desnudo, pero ahora ya yo me había vestido—. ¿Quieres que acordemos otro encuentro?

     Él asintió, aunque aún no parecía muy convencido, se estaba comportando como un chiquillo mimado. ¿Dónde había quedado mi hombre peligroso? Me cayó muy en gracia conocer esa parte de él. En realidad, me encantó. Adoraba cada una de sus facetas. Escuché afuera la bocina del taxi que había venido por mí, así que aún sin acordar el próximo encuentro, me levanté para retirarme. Le di un beso rápido en los labios y le dije:

     —Me voy, te amo.

     En ese preciso instante deseé morir. Ya me había levantado, pero me congelé; es decir: «TE AMO» ¡¿Por qué le dije eso?! Podía sentir mi rostro arder. Cuando mi cerebro me permitió conectar los músculos motores y volver a caminar me fui de ahí como en carrera olímpica. No podía decirle «Te amo» a un joven roquero después de follar un par de veces, ¡NO!, de ninguna manera.

     Esa noche visité a mi mejor amigo e imploré a los dioses que me tragaran mientras Julen se revolcaba en el piso de su casa burlándose de mi infortunio. Deseé lanzarle el vaso con ponche que estaba tomando, pero en lugar de eso lo empiné fantaseando que tuviera el suficiente licor como para hacerme olvidar el momento más vergonzoso de mi vida... y el dolor en mi trasero.

 y el dolor en mi trasero

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