Prefacio

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     Encontrarnos fue una serendipia. En medio de mi celebración por haber sido admitida a la universidad de mis sueños junto a mi mejor amiga, decidimos perforarnos la oreja, el hombre que nos atendió dijo que lo que le estaba pidiendo se llamaba un «industrial», sinceramente, aquel dato me importó poco, me sentía mucho más inclinada a saber cómo se llama la persona cuyos brazos convirtió en el lienzo de macabras imágenes, pero él dijo que era la criatura de los mil nombres. «¡Se llama Hippocampus!» señaló la mujer en la caja registradora. Yo sonreí.

     —Qué nombre tan interesante, ¿de dónde viene? —pregunté más por la urgencia en distraerme de la ansiedad que me causaba verlo preparar la aguja con la que me atravesaría la oreja.

     —Larga historia —respondió en un murmullo que logré oír. Él parecía muy concentrado en lo que se ocupaba y de reojo vi a mi mejor amiga intentando contar los piercings en la oreja del perforador.

     —La gente cree que los caballitos de mar son extremadamente fieles y solo tienen una pareja de por vida, pero eso es falso, se ha descubierto que muchos de ellos se comportan distinto. —A veces, cuando me sentía nerviosa, me relajaba hablar, la parte mala es que empezaba a soltar datos extraños que la mayoría prefería no oír.

     —Mhn —dijo, seguramente harto de mi palabrería. No me importaba, me ganaba el terror, nunca me había hecho perforación alguna y empezaba a arrepentirme de estar ahí. A pesar de la buena fama de ese estudio, las paredes tenían dibujos de calaveras, los trabajadores del local lucían como asesinos con libertad condicional y todo olía a alcohol como en sala de operaciones. Entonces vi en el cuello del perforador el collar con un dije que reconocí bastante bien.

     —¿Conoces a mi padre? —Me asombré.

     —No lo creo, ahora siéntate acá —señaló una silla frente a la suya—, ya está todo listo.

     —¿De dónde sacaste ese dije? Papá dijo que solo había hecho cinco de ellos en toda su vida —pregunté a la vez que sacaba el que yo ocultaba bajo mi blusa. Eran idénticos, reconocía mejor que nadie el trabajo artesanal de mi padre, en especial ese, había pasado toda la infancia jugando con mi dije y ahora, siendo una adulta, continuaba dándole vueltas entre mis dedos cuando debía tomar una decisión importante. Aquella fue la primera vez que el perforador me vio directamente a la cara, sus ojos grises me quitaron el aliento momentáneamente, un escalofrío recorrió mi columna dorsal y poco tenía que ver con la aguja que apuntaba hacia mí.

     —Ahora quiero conocer a tu padre —dijo de forma decidida, lejos quedó aquel tipo que me contestaba con monosílabos y murmullos.

     Papá me había dicho que le había dado un pentáculo a las personas más interesantes que había conocido en toda su vida, aunque yo nunca había sabido de alguien que tuviera uno aparte de mi madre y yo. Llegué a creer que me había mentido, él solía tener una mente muy fantasiosa con la que me enredaba todo el tiempo cuando era una niña, pero ver el pentáculo en el cuello de ese hombre despertó la más profunda curiosidad en mí y vaya si eso es mucho decir, seré periodista algún día dentro de los próximos años, así que ese perforador debería saber que cuando me empecinaba en obtener una respuesta, no cedía jamás.

     Volvimos a vernos muchas veces más y nuestra inminente cercanía me llevó a ser cómplice de las más increíbles historias. Poco a poco quise entrevistar a todas las personas de las que él me hablaba, me fasciné en conocer el origen de la familia Hippocampus e incluso, convertirme en parte de ella, como tal vez lo querrá usted después de leer desde sus relatos personales, sus más locas anécdotas.

     Es probable que sientan resistencia a creer en lo que aquí les cuento, también sentí el impulso de desdeñar las partes más turbias de algunos relatos, sin embargo, ahora no me cabe la menor duda de que en un futuro que parecerá llegar tardío, los sucesos científicos de los que acá les hablaré, serán posibles y paulatinamente naturales ante la vista de todos. Entonces ustedes recordarán que se los advertí y sabrán que desde hace varios años el Proyecto Hippocampus había hecho posible todo lo que alguna vez consideramos inviable.

     Yo podría hablarles sobre mis impresiones personales de los tatuadores más arriesgados, de las personas más creativas, inteligentes, valientes, ocurrentes, heridas y libres que he visto, pero prefiero que los conozcan ustedes desde mi recopilación de sus propias percepciones, así que vaya por algunos rollos de canela, algunas cervezas y procure tener de fondo una vieja tonada de rock. ¡Disfrute mucho de este viaje!

Eva, Hippocampus por adopción.       

       

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