Capítulo 15: Achaques asesinos

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Octubre (-4 meses)

Roscoe Edison

     Él en serio tenía un maldito problema, o sea, ¿quién se creía, la madre Teresa de Calcuta? ¿Por qué siempre debía entrometerse? Y todo empeoraba cuando estaba cerca Benjamín el gigante entusiasta.

     —Puede quedarse conmigo.

     —¡¡Eso sería excelente!! Mañana por la noche Lynx no está en la clínica y podrá acompañarlo. Si te lo quedas hoy, estaríamos muy tranquilos. Puedo pagarte. —«¿Si te lo quedas? ¿Pagarte?» ¿Por qué nadie me dijo que soy una mascota?

     Si Lynx no estuviera entusiasmado con él lo golpearía, pero en otra ocasión porque en ese momento tenía uno de esos diabólicos cólicos gigantes y a duras penas pude protestar cuando entre los dos me bajaron del auto y me estiraron en la cama de Julen de Calcuta. Los escuché cuchichear en la sala, luego el gigante cuatrojos entró a advertirme que me comportara bien y que al siguiente día pasarían por mí. Tenía diecinueve años, pero me empecé a sentir como un crío abandonado con ganas de llorar, no sé qué mierdas pasaba con mis emociones, pero no era yo mismo. Claro, ¿quién puede conservar la cordura después de seis meses de cargar un parásito en la panza? Y no hablo de una lombriz cualquiera, esta era LA lombriz, nada podía comparársele.

     Me quité los zapatos, la gabacha del trabajo y había abierto mi pantalón. A pesar de que el dolor seguía atormentándome, me sentía mejor ahí acostado. Julen entró con dos tazones de sopa, me ayudó a sentarme y comimos en silencio, no creo que estuviera delicioso, pero durante todo el día no había ingerido nada así que recuerdo esa sopa con satisfacción. Empecé a sudar antes de que me ofreciera té de miel y vainilla que me sentó mucho mejor aún.

     —¿Quieres darte una ducha? —preguntó después de que él mismo tomó una.

     Asentí porque estaba sudado, estresado y lleno de polvo de las cajas del trabajo, podía apostar a que olía terrible. Primero me lavé los dientes con su cepillo, luego me tomé un buen tiempo en el baño, dejé el agua más caliente de lo debido, era muy placentero. En el departamento de Milos el agua salía casi congelada. Cerré mis ojos y me acaricié la barriga, el parásito pareció quedarse dormido porque el dolor empezó a ceder. Me resbalé hasta lograr sentarme, el piso estaba helado, pero el agua tibia no me permitía sufrirlo mucho. Quería pasar ahí el resto de la noche... de hecho me quedé dormido, y me refiero a profundamente dormido, como no suelo hacerlo. Este parásito dentro de mí consumía mi energía por entero, me convertía en alguien débil y dependiente, lo que me hacía odiarlo más.

     —¡¡Roscoe!! ¿Estás bien? —me preguntó sacudiéndome los hombros. Cuando desperté ya no había agua cayendo y el señor Calcuta invadía mi intimidad.

     —¿No puedo estar un minuto a solas? —me quejé medio dormido aún.

     —Llevas una hora aquí, ¿te desmayaste?

     —No, me distraje... —aparté sus manos de mis hombros— ¿Me darías algo de tiempo para vestirme? —Era incómodo que me vieran desnudo cuando lucía de esa deforme manera. En especial si la persona que lo hacía parecía un jodido modelo que alguna vez me abordó en un bar.

     —Sí, lo siento. Solo déjame ayudar a ponerte en pie. —Fue una suerte que lo hiciera porque mis piernas estaban un poco adormecidas y no hubiera logrado levantarme por mí mismo.

     Una vez a solas, me vestí con ropa deportiva que él me había prestado. Fui lo más rápido que pude, considerando que mi movilidad había disminuido en grados alarmantes.

     —Benjamín me indicó que te mantuviera tibio, así que he sacado el edredón más grueso para ti. —señaló una manta enorme sobre la cama.

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