Diciembre (-2 meses)
Roscoe Edison
El parásito se estaba chupando mi vida, odiaba sentirlo tan enérgico dentro mí, matándome de a pocos. Adelgacé mientras esa cosa crecía y robaba mis nutrientes. Lynx dijo que mi cuerpo estaba sufriendo un rechazo crónico del trasplante, tenía escalofríos, dolores musculares, náuseas, tos y me sentía indispuesto todo el tiempo. Aunque Benjamín me medicó para sobrellevarlo, mi malestar continuaba siendo generalizado, cualquier alimento me provocaba agruras o vómito y si no comía, me desmayaba; el bicho me empezó a presionar la vejiga, iba a mear más seguido de lo que tomaba agua, se me quebraban las uñas y volví al viejo hábito de comérmelas; también noté que se me estaba cayendo el cabello y me sangraban las encías cuando me lavaba los dientes... Odiaba mi existencia.
Mis planes quedaron rezagados a un tiempo incierto. Catalina me llamó muy molesta, creía que la odiaba, pero no podía permitir que me viera de esta manera, si lo hacía, se daría cuenta de lo que me pasó por ir de vengador, así que le dije que no estaba en la provincia, aunque también la extrañaba un poco: su comida, la tibieza de su casa, las charlas nocturnas, las noches de películas junto a Lynx comiendo porquerías frente al televisor. Me apenaba un poco que estuviera molesta conmigo, ya que era como una madre para mí.
—Te odio —le dije a mi parásito antes de inhalar de mi cigarrillo. Pasaba maldiciéndolo todo el tiempo desde que leí en una revista que podía oírme y aunque no lo creí del todo, tenía la esperanza de que supiera sobre mi intenso deseo de asesinarlo tarde o temprano. Cuando estaba enojado, me golpeaba en el estómago; una vez, mientras Milos dormía, intenté sacarlo yo mismo, pero en cuanto empecé a cortarme llegó Lynx y casi se muere del susto. No solía visitarme seguido, así que esa tarde fue una escalofriante coincidencia. Su ataque de drama alcanzó niveles nuevos aún para mí, me hizo jurar por mis padres que nunca más intentaría algo como eso.
A veces también lloraba, habían pasado tantos años desde última vez que me provocó hacerlo y en ese momento mi ánimo era una auténtica montaña rusa. Incluso le hice esa escena a Julen de Calcuta en el restaurante y no sé por qué; es decir, me molestó un poco verlo tan feliz con aquel idiota sin sospechar que él era parte de mi problema, quejándose de cosas tan estúpidas cuando lo tenía absolutamente todo en la vida. Tal vez sentí un poco de celos, no lo sé, era culpa del parásito.
Durante aquellas semanas no podía desplazarme en motocicleta, tampoco podía trabajar en cualquier lugar, como ese último puesto en el supermercado, cada vez que levantaba una caja sentía que se me iban a salir mis órganos internos por el culo, era horrible. El jefe actuaba como un mal nacido explotador, pero no debía romperle la cara. Desde la vez que me dispararon decidí que lo mejor era calmarme y no salir por un tiempo, podía torcerse todo aún más para mí si alguien me daba un mal golpe. En otras circunstancias, habría visitado a mi amigo Junio y me hubiera conseguido trabajo en un par de segundos, pero ahora no quería salir del departamento, me sentía vulnerable y empezaba a deprimirme. Al menos me las había ingeniado para obtener ese puesto en la biblioteca, lo malo es que solo me necesitaban de diez de la mañana a tres de la tarde, cinco días a la semana; era un trabajo sencillo de paga paupérrima, la revisé y apenas me alcanzaría para costear algo de comida y el mes de mi celular. Bastante ropa había dejado de quedarme y mis pies hinchados apenas cabían en mis botas, necesitaba comprar muchas cosas nuevas.
Me detuve en el Super Star Market para cobrar la liquidación que me debían y el miserable jefe me dijo que no iba a pagar nada porque cuando me desmayé, boté unas latas que se arrugaron y tuvo que venderlas a bajo precio.
—No puede hacer esto —le dije—. Tiene que darme el dinero que me debe.
—Ni siquiera habíamos firmado un contrato, así que no hay nada que discutir —me respondió. Eso pasaba cuando se conseguían trabajos de baja categoría, te explotaban y ni siquiera obtenías el jodido seguro médico. El tipo se quitó su uniforme en cuanto un auto se estacionó frente al supermercado y corrió a subirse en él, intenté seguirlo para exigirle mi dinero, pero esta maldita barriga me restaba movilidad, así que no avancé mucho antes de que él y su acompañante arrancaran el auto y se fueran a pasársela bien con mi salario. Otro empleado en la caja me miró mal, lo conocía, desde el inicio nos habíamos detestado mutuamente y casi podía oler su sudor excitado de alegría al ver que me había estafado su jefe. ¡Mierda!
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Proyecto Hippocampus
ActionRoscoe tiene muchos planes, por ejemplo, asesinar a un hombre o a dos o a tres... Él tiene un solo sueño y no importa quién o quiénes se metan en su camino, definitivamente su proyecto de vida nunca varía, su propósito es firme y ser padre no es par...