Capítulo 7: Exclusivos

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Mayo

Adám Heim

     Tuve intención de llamar a Luan pronto después de nuestro primer encuentro, pero mi padre me pidió que lo ayudara con pormenores de su empleo y acabé retrasando la cita un mes. Nuestra segunda vez juntos fue muy agradable, aquel señor de traje dejaba mi espalda como si por la noche me hubiera torturado una bruja o como si un león me hubiera elegido para afilarse las garras, cuando me duchaba me ardían las heridas, lo recordaba todo y no podía evitar una erección. Cuando Luan estaba demasiado excitado gemía fino como una mujer, eso me calentaba muchísimo, pero entonces me dio un beso y dijo que me amaba. Se me detuvo el corazón, lo juro; lo vi asombrado cuando su rostro pasó de rojo a púrpura y creí que le faltaba el aire, aunque consiguió caminar hasta el taxi. Antes de subir, volteó hacia mi puerta sin saber que yo lo espiaba por la ventana. Llevó la mano derecha hasta su corazón y se dio un par de golpecitos intentando calmarse a sí mismo, me asusté al notar que yo estaba haciendo exactamente lo mismo, luego me dio mucha risa.

     Los próximos días me descubrí a cada segundo pensando en ese viejo asistente vestido de traje y no sabía cómo tomármelo; es decir, si alguien más me hubiera dicho que me amaba después de un segundo encuentro sexual, sencillamente hubiera pasado de esa persona para siempre. Nadie se enamoraba tan rápido y él y yo apenas nos conocíamos. Pero había una sensación de regocijo con la posibilidad de que un hombre como Luan estuviera enamorado de mí. Tres días después de su ataque de romanticismo no daba señales de vida. Había dicho que volvería a verme, entonces ¿por qué no me llamaba? Le envié un mensaje de texto a las nueve de la noche: «Quiero que vengas a mi casa». Esperé tamborileando mis dedos y no tardó mucho en responder: «No creo que mi trasero esté preparado para ello. Dejémoslo para otra noche». Ahí estaba, su rechazo. Lo llamé para que me lo dijera con su propia voz.

     —Aseguraste que volveríamos a vernos. —Le solté en cuanto contestó.

     —¿Adám? Bueno sí, podemos hacerlo otro día...

     —No quiero otro día, sino hoy.

     —Aún me duele el trasero. Tuve tres desgarres uno de los cuales se resistió a sanar.

     —Entonces seré cuidadoso —insistí.

     —Pues tú sí, pero yo no. No sé lo que me pasa contigo, pero me vuelvo salvaje en mi propio detrimento, así que, si quieres ver mi trasero una vez más, deberás darme al menos otra semana para prepararme bien.

     —Si el problema es tu trasero, te prometo no tocarlo. ¿Qué tal un sesenta y nueve? —Por la forma en la que titubeó del otro lado de la línea casi pude apostar que estaba sonrojado—. No tienes excusa para no venir ahora. ¿Qué me dirás?— ¡Dios mío! A veces me paso de rudo.

     —... dame quince minutos. —Y colgó.

     Me puse a dar saltos por toda la habitación porque no creí que aquel chantaje me funcionara. Mis padres siempre me dijeron que era un manipulador, supongo que no había perdido el toque. Saqué las sábanas finas y una vez que él estuvo en la casa, nos dedicamos a besarnos sobre mi cama y a quitarnos la ropa poco a poco, entonces se me ocurrió que debía preguntarle algo...

     —Oye, ¿no estarás enfermo, cierto?

     —¿De qué estás hablando? —preguntó seriamente.

     —Tú sabes, como tener alguna infección de transmisión sexual. —Luan se alejó de mí y se arrinconó a la cama con los ojos muy abiertos, intentando protegerse de una amenaza invisible con mi sábana, como esas doncellas de la televisión.

     —¿Tú estás infectado? ¡Dime qué tienes! ¿Es algo que pueda curarse?

     —¡Cálmate, Luan! No estoy enfermo. Me hice exámenes esta semana y por eso te lo pregunté... ¿Quieres ver mis resultados? —Como el asintió, se los entregué. Yo estaba sano como un superhéroe.

     —Asumo por tu reacción que también estás sano —concluí cuando me devolvió mis resultados.

     —Sí, pero puedo hacerme unas pruebas y traerlas para que estés seguro.

     —¿Será tu prueba de amor? —pregunté con una sonrisa maliciosa, sabiendo que le iba a recordar la frasecita que me soltó la última vez.

     —Eeeh, Adám, respecto a eso que te dije el otro día... —Tuve que detenerlo antes de que retirara sus palabras.

     —Yo te voy a dar mi prueba de amor ahora mismo.

     —¿Eh?

     Tiré de sus pies para acercarlo a mí arrastrándolo un poco por la cama, como era tan delgado, fue muy fácil hacerlo. Con un rápido movimiento, le separé las piernas y metí mi lengua en su trasero, lo más profundo que pude. Él gritó: «¡OH, MI DIOS!» y me sentí muy orgulloso de que pensara eso de mí. Lo follé durísimo de esa forma durante un buen tiempo de modo que le quedara claro que tener sexo conmigo le aseguraba mucho placer; también lo masturbé, me dediqué con ahínco a eso para que nunca le entraran dudas sobre mí y después de la tercera vez que se corrió en mi mano, se quedó dormido. Con su cuerpo drenado parecía un muñeco de trapo sobre mi cama. Al siguiente día también desperté antes que él. No sé por qué lo hacía, se supone que Luan era el del trabajo, no yo, pero, en fin, lo levanté cariñosamente.

     —Ey, anciano, ya debes ir a trabajar. ¿No piensas ganarte la vida? —Sonrió al escucharme y yo le di un beso en su boca bonita. Se sentó en la cama sin ningún respingo de dolor y me sentí satisfecho de mí mismo.

     —¿Complacido? —pregunté y su cara al voltear a verme fue de auténtico terror.

     —¡¡Adám!!

     —Eyyy, ¿con quién esperabas amanecer?

     —Lo siento mucho... Tú anoche me hiciste todo eso y me dormí sin devolverte el favor, aun después de que me llamaste, lo lamento, no suelo ser tan egoísta, es que... no lo sé... succionaste toda mi energía. —¿Eso era lo que lo asustaba, no haberme devuelto el favor? Sonreí.

     —No te preocupes, disfruté mucho chuparte. —Él se tornó rojo—, pero si luego quieres devolvérmelo, está bien.

     —Lo haré, te lo juro —aseguró antes de vestirse y llamar el taxi que lo alejaría de mí.

     Se acercó a darme un beso en la boca cuando escuchó una bocina afuera. Lo tomé de la cara, impidiéndole alejarse.

     —¿Hoy no me vas a decir que me amas?

     —Adám... lo siento.

     —Dime que serás mi pareja exclusiva al menos.

     —¿Pareja exclusiva?

     —Quiero que me muestres tus exámenes y que me asegures que solo yo entraré en tu trasero.

     —¿No vamos a tener sexo con nadie más; es decir, tú tampoco?

     —Es eso o me dirás una frase cursi.

     —Creo que debemos usar preservativos siempre, aunque ser exclusivos suena bien —respondió asustado.

     De nuevo lo espié por la ventana mientras se iba y la sonrisa que ahora no se esforzaba en disimular iluminaba la cuadra por completo. Así fue como conseguí que el anciano me guardara fidelidad. Soy muy fenomenal.

 Soy muy fenomenal

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